SIGMUND PANDER, CAPÍTULO 1


 

         Oigo el crujir de peldaños. Pasos muy pesados y lentos van subiendo. A lo mejor me salvo. (Adolfo Bioy Casares, Historias desaforadas, Emecé, Buenos Aires, 1986.)


      No podía ocultar mi felicidad cuando mi jefe de redacción me envió a hacerle una nota a un hombre que admiro profundamente, el comisario Alejandro Roubicek. La idea era hablar de su historial, de su trayectoria dentro de la policía y tal vez de algún caso particular. Llamé al comisario y concerté una cita en su oficina. Llegué media hora antes, no podía esperar más. Él estaba allí, esperándome. Entré, estreché su mano y tomé asiento. “Realmente es un placer conocerlo - dije yo -, soy uno de sus más fervientes admiradores.

_Gracias - respondió él -, pero no creo ser merecedor de tanto.

_ Por favor, no sea modesto. Si hubiera más policías como usted, no habría tantos delincuentes sueltos.

_ Pero no soy yo sólo quien hace los trabajos – insistió -. Hay todo un equipo de hombres detrás. Sin ellos no podría resolver ninguno de los casos.

_ ¿Cómo fue que decidió ser policía?

_ Bueno, en mi familia existe una tradición policíaca, comenzando por mi abuelo Bohdan. Él fue oficial de la policía de Praga a principios de siglo. Luego, mi padre siguió el mismo camino, pero fue destituido por algo que no hizo y desde entonces vino a probar suerte a la Argentina. Aquí solo fue empleado en una fábrica y cuando murió, juré completar lo que él no pudo. Es así como entré a la policía. De a poco fui ascendiendo hasta llegar a ser lo soy hoy.

_ Usted es el policía más eficiente de los últimos tiempos…

_ Por favor…

_ No lo digo yo, lo dicen las estadísticas. Usted ha resuelto sus últimos siete casos exitosamente. ¿Cuál fue el más difícil?

_ Creo que sería muy monótono escucharme decir que todos los casos fueron difíciles, pero así fue. Pero ahora que recuerdo, podría decir que el más difícil fue uno que tuve hace ya unos años y que bauticé “Sigmund Pander”.

Continuará...

El Puma

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