EL REGRESO DE WLADIMIR NOVAK, CAPÍTULO 4


          Mientras  comenzaba su aventura en su nuevo país, Radka sufrió una crisis depresiva. Dejó de trabajar por un tiempo largo y solía pasar por la puerta del departamento de Wladimir casi todos los días. En otras ocasiones, pasaba tardes enteras mirando a través de la ventana de su cuarto mientras lloraba. Intentaba encontrar una explicación lógica a todo ésto, ya no tenía ganas de vivir. La ayuda y el apoyo de Jaroslav y del resto de su familia evitó lo peor. Unos años después se repuso medianamente, en realidad se hizo a la idea de que su novio ya no estaba. Fue allí cuando conoció al hombre que luego sería su esposo. Se conocieron en el bar en el que Radka trabajaba en ocasión en que él se detuvo allí para tomar algo refrescante. Impactado por la belleza de la joven, Giovanni decidió visitar el lugar con más frecuencia e ir ganando su corazón. Meses más tarde se pusieron de novios. El noviazgo duró cuatro años y cuando él debió volver a Italia, le propuso matrimonio. Radka aceptó sin dudar y juntos se fueron a vivir a Roma.

         En ese entonces, Wladimir se estaba instalando en Chicago. Ardía en deseos de hablar con Radka, de decirle que estaba vivo, pero temía la reacción del gobierno comunista. Fue cuando se dio cuenta de que debía pensar en su profesión y en su nueva vida. Comenzó a tener éxito y fue contratado por una gran cadena de televisión para transmitir los partidos de hockey sobre hielo y básquet. Hacia fines de la década del ochenta, al saberse que el campeonato mundial de fútbol de 1994 se jugaría en los Estados Unidos, se le dio algo más de importancia a ese deporte y Wladimir fue elegido para cubrir partidos del seleccionado local.

         Después de veinte años volvía a trabajar en un Mundial, pero esta vez en Italia y con su país libre. En ocasión del partido inicial de los Estados Unidos ante Checoslovaquia, se puso a llorar cuando se entonó el himno nacional de su país. Fue ese día en que decidió volver a Praga, aunque sea por un instante. En todo el tiempo en que estuvo afuera, se casó con Joanne Campbell, una joven que le presentó un colega del diario, y tuvo a su hija Jennifer. El matrimonio fue un fracaso, en el fondo no la amaba y se separó antes de viajar a Italia.

         En la cama de su cuarto de hotel, Wladimir reconstruía paso a paso su historia. Eso casi no lo dejó dormir, sintió alegría al ver a Jaroslav pero lo entristecía el que Radka no estuviera en Checoslovaquia. “¿Habré hecho lo correcto al irme?”, se preguntaba y se llenaba de dudas. Si había vuelto a su país no fue por el sólo hecho de volver, tenía en el fondo la esperanza de reencontrar a su amada, sin tener en cuenta que habían pasado veinte años. Finalmente, a las cuatro de la mañana, logró dormirse.

         Al día siguiente, decidió recorrer el barrio donde había pasado su infancia. Para ello caminó desde el hotel hasta la estación de subterráneo más cercana y luego de hacer una combinación de líneas, bajó en Moskevska. Pero el viaje seguía y debió tomarse el bus 191, que iba derecho por la calle Plzenska hasta doblar a la derecha por un camino que subía. Luego de un par de vueltas en subida, se bajó en la esquina de ese camino y la calle Zdikovska. Se detuvo y miró a su alrededor. Las casas seguían igual, él las observaba y las recordaba una por una hasta quedarse inmovilizado en el 27. Era su hogar de la niñez y adolescencia. En ese momento dejó escapar algunas lágrimas, ante la atónita mirada de algunos vecinos que merodeaban por allí. “¿Le ocurre algo señor?”, le preguntaba un jovencito que tímidamente se le acercó. “No, respondió Wladimir mientras se secaba los ojos con los dedos, ocurre que hace veinte años que no venía por aquí y estoy emocionado”, explicó.

         Permaneció en su barrio por una hora y decidió bajar a la Mala Strana por un atajo que él conocía y solía tomar con su bicicleta. Algunas cosas no habían cambiado, otras sí y mucho. Llegó a la zona del Castillo y decidió visitarlo. De ahí bajó por la calle Nerudova y casi llegando a Karluv Most, entró a un bar para almorzar. A continuación cruzó el puente y fue lentamente volviendo para su hotel. Nunca antes había disfrutado tanto de una caminata por Praga. Por la noche, fue a cenar a casa de Jaroslav, que estaba ubicada cerca del estadio de Sparta. Allí conoció a la familia de su amigo y ambos recordaban los viejos buenos tiempos.

         El fin de semana viajó hasta Lisnice, pueblo que está a 20 kilómetros de Praga para visitar a su tía materna Jana. De chico solía pasar vacaciones o fines de semana largos allí. El pueblo no había cambiado, para poder entrar debía salir de la ruta, pasar por Jiloviste y cruzar un camino que era curvado y de permanentes subidas y bajadas. Mientras pasaba por allí, encontró la cancha de fútbol en donde participó de tantos campeonatos y el club diplomático (principalmente de golf, pero también había canchas de tenis), lugar en el que solía colarse y jugar con los hijos de los funcionarios de distintas embajadas. Finalmente llegó a la casa de su tía, quien se emocionó hasta las lágrimas al verlo. Conversaron animosamente durante los dos días, ella tenía un gran afecto por su sobrino, dado que había ayudado en su crianza y se ocupó de él cuando su madre falleció. Eso había ocurrido cuando él tenía 18 años, ya había perdido a su padre a los 3.

         Regresó a Praga el lunes por la mañana y por la tarde tomó un tren con destino a Hradec Kralove para visitar a su único primo hermano, Karel, hijo de su tía Jana. Permaneció allí por diez días, su pariente lo llevó a pasear por toda la ciudad y zonas aledañas. Revivieron viejos momentos y prometieron mantenerse en contacto cuando Wladimir regresara a Chicago.

Continuará...

El Puma

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