COMO UN RESULTADO CAMBIA TODO

 


    Cuando Oscar Ruggeri levantó la Copa América en Guayaquil, en 1993, ni el más pesimista de los hinchas argentinos se pudo imaginar que vendría una época de sequía tan larga como insoportable y que consumiría a individualidades y grandes camadas. Se estuvo cerca muchas veces: en 2004 llegó a la final, en Lima, pero se cayó con Brasil en la definición por penales. Tres años más tarde, en tierras venezolanas, otra vez Brasil frustró el festejo, pero esta vez con un contundente 3 a 0. En 2015, Santiago de Chile fue testigo de como, otra vez por penales, el seleccionado local le negaba los festejos al conjunto albiceleste. Un año después, por la edición centenario de la Copa América, en Estados Unidos, y en idéntica circunstancia ante el mismo rival, otra vez se frustró la posibilidad de levantar la copa. Previamente, en 2014 se llegó a la final del Mundial y se cayó ante Alemania en tiempo suplementario. 

    Tantas frustraciones necesitaban de responsables, pero sobre todo de culpables. Entrenadores, dirigentes (los menos criticados, increíblemente) y jugadores eran los apuntados. Y en las últimas ocasiones, la sentencia era contundente: un club de amigos, todos pechos fríos, se habían adueñado de la selección argentina. En todos esos años, se contó con grandes equipos, jugadores y cuerpos técnicos, pero se quedaba en la puerta. 

    El "club de amigos" estaba compuesto por Lionel Messi (mejor jugador del mundo desde hace más de una década), Javier Mascherano (multicampeón con Barcelona y ganador en la mayoría de los clubes en los que jugó), Ángel Di María (protagonista en Real Madrid, Manchester United y Paris Saint Germain durante la última década), Gonzalo Higuaín (con más de 300 goles en Europa, en Real Madrid, Juventus, Napoli, Milan y Chelsea), Sergio Agüero (máximo goleador histórico de Manchester City), entre otros. Esa "mafia" se había adueñado de la selección y debía irse. Por supuesto, nadie tuvo en cuenta de que este grupo de "amigos" (quien no quisiera jugar con amigos como esos, ¿no?) formaron parte del único seleccionado sudamericano en llegar a una final de Mundial desde 2002 a esta parte. Y Messi llevó la peor parte. Tildado de "pecho frío", "amargo", "que no es argentino, no siente la camiseta y no canta el himno", "que no aparece en los partidos importantes, mientras que Cristiano Ronaldo lo hace en todos" (afirmación probadamente falsa).

    Después del Mundial de Rusia, en 2018, en donde el resultado fue muy malo y las desprolijidades muchas, por parte de jugadores, cuerpo técnico y dirigencia. La crítica solicitaba un recambio dentro del plantel, que iba a venir por lógica. Los embates contra el equipo y, en especial, contra Messi eran duros y hasta insoportables. 

    Pero llegó la Copa América 2021, en Brasil. Allí, el equipo albiceleste logró deshacerse de la mochila tan pesada y ganar el certamen, venciendo al local en el estadio Maracaná. Y todo cambió. La crítica se convirtió en elogio. Messi cantaba el himno, estaba feliz, estaba distinto... todo por un resultado. Pasó de ser "pecho frío" a ser otro. "Me encanta esta versión de Messi", se escucha hasta el hartazgo por parte del mismo sector del periodismo que lo defenestraba. Pasó de ser "español" o "catalán", que "no sentía la camiseta" a ser poco menos que la esperanza nacional, cuando la celeste y blanca fue la camiseta que él eligió desde chico, siendo que podría haber optado por jugar para el país que lo cobijó. Un resultado, ya sea positivo o negativo, muchas veces ciega al analista y no le permite ver más allá. 

El Puma

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