MI MEJOR AMIGO, CAPÍTULO 9 (FINAL)
Después de varias noches, me decidí y
lo seguí. Lo hice a través de un taxi y muy sigilosamente. El viaje no duró
mucho y algo olía muy mal; Alberto estaba entrando al departamento de Silvina.
Ya dejé de dudar, pero no podía creer que fuera justo con ella. Nada me
sorprendía a esa altura del partido, por lo que subí a confirmar mi sospecha.
Toqué el timbre, me abrió y estaba muy sorprendida. En ese momento escuché
pasos apurados que venían de su cuarto y sabía que estaba él escondiéndose en
el armario o debajo de la cama. A pesar de mi infinita bronca, no quise
revisar. Simplemente le hice un guiño cómplice a Silvina como entendiendo lo que
estaba pasando. Seguramente ella pensó que yo venía por otra cosa. Volví a casa
con ira, sentía odio. Primero me estaba sacando a Alejandra a mis espaldas
sabiendo cuan enamorado yo estaba. Después, no solamente la estaba engañando - lo que también me ponía furioso - sino que
lo hacía con mi ex.
Los días siguientes en la empresa
fueron un infierno, ya no podía mirar a Alberto a los ojos. Corroboré que no
solamente salía con Silvina sino que lo hacía con muchas otras, algunas dentro
y otras fuera de la empresa. Volvimos a acercarnos, más que nada para cubrirlo
a él en las horas que se ausentaba de la oficina. Seguía tratándome como
siempre y yo estaba resignado. Si toda la vida fue así, no iba a cambiar ahora.
No podía entender como teniendo a una mujer como Alejandra, necesitaba ver a
otras. Quería tener la oportunidad de estar mano a mano con él para que me
explicara eso. Un fin de semana, me invitó al Tigre. Alejandra no estaba. Le
dije a Julieta que tenía un viaje de negocios a Córdoba, cosa que no le agradó
pero se la aguantó. Salimos el viernes por la noche y después de comer muy
bien, fuimos a dormir. La noche siguiente, no había en la casa y los
alrededores más que él y yo. Todo empezó después de la cena, con una charla
sobre mujeres. Estábamos en el living sentados cómodamente. Él se apoyaba
contra el respaldo del sillón y cruzaba sus piernas, yo en cambio estaba tenso
y perplejo. La charla empezó a tocar temas más profundos y allí le pregunté
cuál era su necesidad de buscar a otras mujeres. Me explicó que amaba a
Alejandra, pero le gustaban otras. “No lo puedo evitar, decía, si ella me
dejara, yo me muero”. También me confesó que huía de varios maridos y novios
celosos, algunos hasta lo habían golpeado. Unos meses atrás, había faltado a la
oficina por una semana entera, me reconoció que era por eso. “Durante mucho
tiempo traté de cambiar, agregó, de no caer en la tentación, pero es más fuerte
que yo. Ya tengo en claro de que voy a seguir así, estoy jugado”. En ese
momento, un sentimiento de locura se apoderó de mí. Mientras seguíamos
hablando, esa sensación me invadía cada vez más, hasta que exploté, tomé una de
las pistolas que el padre de Alberto tenía como colección y le apunté. Me
posesioné y disparé una, dos y todas las veces necesarias hasta vaciar el arma
de balas. Cuando volví a ser yo, me desesperé. ¿Cómo pude hacer algo así? Mi
desesperación era enorme, se trataba de mi amigo. Empezaba a pensar que iba a
pasar el resto de mi vida en la cárcel lo que me aterrorizaba. Rápidamente me
deshice del arma, enterrándola en un lugar donde ni el mejor servicio de
inteligencia del mundo pueda encontrarla. De ahí decidí desaparecer hasta el
lunes, día del entierro.
Ya son pasadas las cuatro de la mañana
del martes y no puedo dormir. Tengo miedo, tristeza, bronca y nostalgia. Lloro
a aquel amigo con el que pasé una maravillosa infancia, no extraño a aquella
persona que me hizo renegar en los últimos años y temo por el futuro. ¡Que
destino el mío! Yo lo único que quería en esta vida, era vivirla sin molestar a
nadie y me doy cuenta de que no fui feliz. ¿Cómo voy a hacer para cargar con
esto? ¿Con qué cara voy a mirar a Alejandra y a toda esa familia?
Después de estar recordando toda la
noche, decidió acostarse y a pesar de estar unas horas más desvelado, finalmente
logró dormirse.
El Puma
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