MI MEJOR AMIGO, CAPÍTULO 8
Después de un tiempo, me sentí algo
mejor. El trabajo me despejó de mis problemas y cada vez le dedicaba más horas.
De mujeres ni hablar, no quería saber nada. A Silvina no la veía desde la
separación y a Alejandra trataba de evitarla rechazando todas las invitaciones
de Alberto. Nuestra relación había vuelto a ser puramente profesional, yo más
bien comencé a relacionarme con otras personas y levanté cabeza en la parte
anímica. Me hice otros amigos quienes a su vez me presentaron más gente y me
hice un nuevo círculo de amigos. Ahí fue cuando volví a pensar en mujeres, en
ese grupo había muchas y muy lindas. Empecé a salir con algunas, nada en serio;
alguna noche para pasar el rato y después cada uno a su casa. Creo que ya no
quería algo importante, hasta que la conocí y salí con ella un par de veces. Se
llamaba Julieta. Tal vez pueda parecer medio egoísta, pero hacíamos solamente
lo que yo quería. El lugar para salir lo elegía yo, al igual que los horarios y
todo lo que se le parezca. Cualquiera diría que era una muñeca a la que
llevaba, traía, ponía y sacaba. Tal vez a ella le gustaba, nunca mostró un
signo de desaprobación.
A medida que pasaba el tiempo, me daba
cuenta de que mis sentimientos hacia ella iban más allá de una amistad. Cada
vez la sentía menos como a la persona que ponía su hombro para que yo derrame
mis lágrimas encima. Me terminé enamorando de ella. Nuestras salidas se
hicieron más y más frecuentes, la relación se tornaba muy seria. Volví a ser
yo, el hombre sensible de siempre, el que priorizaba a los amigos antes que al
trabajo. Nuestro noviazgo fue corto, nos casamos apenas conseguí el divorcio
con Silvina. Nuestra luna de miel fue en Cancún y duró algo más de diez días.
Cuando volví, me enteré por esos rumores
que corren en toda empresa de que Alberto tenía sus aventuras. Al principio le
resté importancia, no lo creía. Creo que esa fue la razón por la cual, una vez
más, nuestra relación volvió a ser la de siempre. Una noche, al igual que en mi
primer matrimonio, Alberto nos invitó a Julieta y a mí a comer a su casa. Esa
noche, Alejandra no estaba ya que se había ido unos días a Punta del Este a
descansar. Yo la pasé realmente muy bien, pero Julieta no parecía estar a
gusto. No tenía la misma expresión de siempre, disimulaba muy bien, pero a mí
no me engañaba. Cuando volvimos a casa, discutimos. Ella alegaba que él la
estaba seduciendo. No me faltó mucho para reírmele en la cara, no lo hice para
no agravar la situación y la cosa no pasó a mayores.
Pasaba el tiempo y Alberto trabajaba
cada vez menos. Había llegado a la cima después del retiro del padre y por lo
tanto se permitía algunos lujos. Eso implicaba que yo me quedara más horas
trabajando para cubrir su tiempo, lo que irritaba a Julieta ya que llegaba a
casa cuando la comida ya estaba fría. En la oficina, los rumores de que Alberto
tenía varias amantes eran cada vez mayores. Algunos hasta afirmaban haberlo
visto. A todo esto, yo empecé a cuestionarme algunas cosas pero seguía
confiando en mi amigo. Sin embargo, no soportaba pensar que estaba engañando a
Alejandra. Entonces corté por lo sano y decidí averiguarlo.
Continuará...
El Puma
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