Las primeras semanas fueron muy duras,
extrañaba Buenos Aires y a mi gente. Mis compañeros españoles eran bastante
cerrados, como si me rechazaran por ser extranjero. Por suerte, había algunos
latinoamericanos con quien tratar. Estudiaba siempre con ellos, teníamos
interminables veladas por las noches y lentamente comencé a adaptarme. Tal es
así que de a ratos me olvidaba de Alejandra.
En el grupo éramos quince entre los que
se encontraba Silvina. Ella fue la que me ayudó a adaptarme y me presentó a
todo el grupo. Estábamos siempre juntos, recordando nuestro pasado en la
Argentina, estudiando o pasando algún rato libre por las calles de Madrid. Era
una chica muy abierta, inteligente y cariñosa. Tanto estábamos juntos, que
cuando nos dimos cuenta, ya éramos novios. Fueron días muy felices aquellos. A
medida que pasaba el tiempo, no solamente recorríamos Madrid, sino que
comenzamos a conocer toda España y cuando pudimos, viajamos por toda Europa.
Estar con Silvina superaba todo, creía estar viviendo un sueño del que no
quería despertar. Logró que yo cambiara muchas cosas, entre ellas consiguió que
dejara de fumar.
Estuve tres años en España y cuando
todo terminó, tuve que volver a Buenos Aires. Sin embargo, no volvía sólo.
Silvina y yo nos comprometimos y al llegar a la Argentina nos casamos.
Fue algo loco, en dos semanas reunimos familiares y amigos e hicimos una linda
fiesta. Desde mi vuelta al país hasta el fin de mi luna de miel, no había
tenido noticias de Alberto. Lo había tratado de ubicar, pero solamente me
atendía su contestador automático. Nuestra luna de miel fue en Mar del Plata.
Cuando volví, fue Alberto quien llamó, me citó para tomar un café en el mismo
local en el que jugábamos pool durante la secundaria. Estuvimos charlando
durante más de una hora, recordábamos los viejos tiempos. Él había ascendido en
la empresa del padre y era el que se iba a quedar con todo. De pronto, percibí
que tenía una alianza en su dedo anular izquierdo. Entonces, la pregunta fue
obvia: "¿Te casaste?". Al contestarme afirmativamente, lo felicité.
Luego la pregunta fue "¿Hace cuanto?", y me contestó que hacía más de
un mes y que esa era la razón de su ausencia. Y luego; charla va, charla viene,
le pregunté si podía conocer a su mujer. "Pero si ya la conocés, es
Alejandra," me dijo. En ese momento, vaya a saber uno por qué, se me borró
la sonrisa por unos segundos. No lo podía creer, las sospechas que había tenido
ocho años atrás estaban siendo corroboradas. Pero, ¿cuál era mi preocupación?
yo estaba casado con Silvina, era feliz, no tenía nada de que preocuparme. Sin
embargo, tenía una sensación de bronca por dentro ya que habían empezado su
noviazgo después de mi partida y además, él ya sabía lo que yo sentía por
Alejandra. Ahora entendía por qué entre los dos habían insistido tanto para que
me fuera. Esa bronca duró poco, quizás porque disimulé o quizás porque
realmente se me pasó.
Unos meses después, Alberto me llamó
para trabajar con él ofreciéndome un buen puesto y fue imposible decir que no.
Continuará...
El Puma
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