MI MEJOR AMIGO, CAPÍTULO 5


 

         Quinto año fue el más divertido de mi vida. Si antes éramos vagos, ahí lo superábamos todas las marcas. Nuestra barra era cada vez más nutrida, todo el mundo estudiaba menos. Pensábamos más en nuestro viaje de egresados, en la fiesta de fin de año, en las tardes de pool, cigarrillos y cervezas. Como siempre, me llevé materias a diciembre. Una vez que terminó el año, Alberto y yo nos anotamos en la facultad para la carrera de administración de empresas.

         Durante el año, frecuentábamos a Alejandra y a su grupo de amigas para ir a bailar o al cine. No sé si ella percibía mi interés, pero Alberto sí e hizo que se lo contara. Al ver que no se burlaba de mí y que mostraba mucho interés, perdí el miedo y lo convertí en mi confidente. Cada vez tenía más confianza con ella, pero me faltaba dar la última estocada. Ese año no me animé.

         El año siguiente, se produjo un cambio de ciento ochenta grados en nuestras vidas. Al entrar a la universidad, nuestras responsabilidades aumentaban. Íbamos con menos frecuencia a jugar al pool, fumábamos la misma cantidad de cigarrillos - esta vez más por ansiedad y nerviosismo que por otra cosa - y cambiamos de filosofía con respecto al estudio. Entendíamos que no nos podíamos atrasar y que no debíamos dar ventajas. A diferencia con otros años, aprobamos todas las materias y sentimos satisfacción por ello, aunque parezca raro. A Alejandra y sus amigas las veíamos los fines de semana, pero no todos. Ellas estaban en la misma que nosotros. Mi situación era igual, ni siquiera me animaba a invitarla a salir sola conmigo. Era tal mi enamoramiento que no me fijaba en ninguna otra mujer. Sin embargo, no descuidaba mi carrera; creo que en ese aspecto se me fue la mano y no pude disfrutar de la etapa universitaria. Cuando me quise dar cuenta, ya tenía el diploma en mis manos.

         A partir de ahí, percibí que me faltaban cosas. Durante los seis años que duró mi carrera, nunca salí a trabajar o a realizar una pasantía, conocía toda la teoría, pero de práctica nada. Comencé a temer por mi futuro. Alberto por su parte, fue a trabajar a la empresa del padre dos años antes de recibirse. Yo sabía que de pedirle, también estaría trabajando allí, pero me daba vergüenza. Sin embargo, al poco tiempo, obtuve una beca para hacer un postgrado en Madrid. Al principio no quería ir, pero mis padres, Alberto y Alejandra me convencieron.

Continuará...

El Puma

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