LA REDENCIÓN
Abro los ojos. Estoy en una cama, dentro de una habitación
oscura. Nadie tengo alrededor. Sólo unas máquinas a las que estoy conectado. Lo
último que recuerdo es una caminata por el centro y una horrible sensación de
mareo y ahogo. A duras penas puedo respirar. No tengo fuerzas ni para gritar ni
para apretar un botón. Siento el peso de una horrible carga sobre mis hombros.
Hace mucho que dejé de ser feliz. El silencio me asusta. Empiezo a mirar de
lado a lado con desesperación mayor. De pronto, se abre la puerta. Quedo
atónito. Miro y vuelvo a mirar. ¡No puede ser! “Hola Ova,” me dice con una paz
asombrosa. No tengo fuerza ni para contestar. Tengo miedo. “No te asustes,
sigue, no vengo a lastimarte”. Estoy petrificado por completo. “Tranquilo, me
repite, sólo vengo a ayudarte. Hubo demasiada historia entre nosotros como para
no permitirnos finiquitar el tema. Quiero que sepas que entiendo lo que hiciste
y por qué lo hiciste. No te guardo rencor. Yo tuve gran parte de culpa. Pensé
que te habías olvidado de Alejandra y no me di cuenta de lo mucho que la
amabas. No debí contarte que la engañaba, sé que eso hirió tus sentimientos.
Una sola cosa te quería aclarar, no la engañaba con Silvina. Habré sido un
pirata en vida, pero tenía mis códigos. Sé que te importa lo que te digo y que
estás arrepentido. Ya tuviste un castigo demasiado largo, peor que si hubieras
ido preso. Creeme que no tenés por qué seguir con ese sentimiento. Ya está, ya
pasó. Desde lo más profundo de mi ser, yo te perdono. En unos minutos, nos
vamos a poder dar ese abrazo que espero darnos desde hace 50 años. Te quiero
mucho amigo. Nos vemos en un rato, vení en paz”.
No me puedo contener. Empiezo a sentir alivio y no puedo
parar de llorar como un chico. Se me irritan los ojos, me seco con la almohada
y me empiezo a relajar.
Cerró los ojos. Encontró la paz que necesitaba. El sonido de
los aparatos era sostenido. Su castigo terminó y marchó a encontrarse con
Alberto.
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