MOSTACCIONI, CAPÍTULO 8


          En primer lugar, llamó a un periodista amigo para que le mostrara todo lo relacionado con los incidentes del partido. Observó todo detalladamente, desde escritos hasta fotografías y encontró en una de éstas últimas a Emanuele Gazzanelli. “Sabía que este cretino tenía algo que ver,” se decía interiormente. Luego, Gattone le acercó un cassette. “¿Qué es esto?, le preguntó a su asistente.

- Desde un principio sospeché del alcalde y gracias a mis influencias logré intervenir su teléfono. Conseguí esta conversación entre Di Pietro y el jefe.

- ¿Con Mostaccioni?

- Sí. Tenemos evidencias suficientes para incriminar a él, a Ballini, a los Gazzanelli, etc.

- Muy bien, llama a Williamson y pon a andar esa cinta.”

         Cuando el norteamericano llegó, se pusieron a escuchar atentamente.

“- Di Pietro, estoy comenzando a perder la paciencia. Elimina a Marini de una vez por todas.

- Eso intento, pero debo encontrar una ocasión apropiada.

- Pues será mejor que te apures. Ya sabes que no me gusta que me desobedezcan. ¿O no querrás que se repita lo de la fiambrería?

- No señor.

- Bien. Ahora ocúpate de detener a Marini, está por verse con Botazzi y éste va a cantar. Debes impedirlo.

- Así lo haré señor.

- El domingo se encontrarán en el funicolar en Bergamo. Ponte en acción y asegúrate de que parezca un accidente.

- Bien señor.

- Ah, otra cosa. No pienses intervenir después del sábado en el partido Palermo – Cagliari. Mi equipo debe ganar, he invertido mucho dinero en él.”

         En ese instante, Gattone paró la marcha del cassette. Una sonrisa de oreja a oreja se iba dibujando en el rostro de los tres. El caso estaba casi resuelto, debían dirigirse al cabaret y arrestar a todos. El único inconveniente era conseguir la orden de allanamiento. Marini acudió a un juez de confianza y la obtuvo rápidamente.

         Al día siguiente se iba a producir el gran golpe. Por la tarde, el comisario estaba en su despacho cuando Elena entró. “¿Qué deseas?, preguntó él.

- Solo quiero hablar, Paolo. Te he visto algo tenso últimamente.

- Es este caso que me tiene a maltraer, pero estoy a punto de resolverlo. Sin embargo me queda una duda.

- ¿Cuál?

- Quisiera saber quien es el soplón que pasa informaciones a Mostaccioni.

- ¿Sospechas de alguien?

- Al decir verdad, no. Y eso es lo que más me preocupa.

- Debes tranquilizarte, recuerda que el médico te dijo de estar lo menos agitado posible.

- Hasta que no resuelva esto, no podré estar tranquilo.

- Bueno, sólo relájate.”

         Le hacía masajes en los hombros y lentamente se le acercaba. Él sintió una pasión inexplicable, se le removió el sentimiento que tenía por ella desde la escuela de policía, y dejándose llevar, la tomó y la besó. Elena no opuso resistencia, y la acción siguió hasta que hicieron el amor en el escritorio. Marini se sintió muy bien, pensaba que finalmente había podido demostrarle lo que sentía y que de una vez por todas había encontrado a la mujer de su vida. Cuando las aguas se aquietaron, ambos se vistieron y el comisario estaba por dar el golpe de gracia. De pronto, en el momento en que iba a salir, Elena sacó su revolver. “No irás a ningún lado, le dijo ella.

- Elena, ¿qué estás haciendo?

- Cállate la boca, comisario Marini.

- No puedo creerlo. Así que tú eras quien informaba a Mostaccioni de mis acciones. Tú le dijiste que yo estaba en Bergamo con Botazzi, me traicionaste. ¿Cómo pudiste después de todos estos años?

- Eres un iluso si pensabas que iba a pasarme mi vida trabajando a tu sombra y por poco dinero. Mostaccioni me ofreció el triple de mi salario.

- Elena...

- Ya cállate. Y ahora, voy a acabar contigo yo misma.”

Continuará...

El Puma

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