MOSTACCIONI, CAPÍTULO 1
Stefano Paladini, el
juez que investigaba el origen de una ola de crímenes en Palermo, fue hallado
muerto en el living de su casa. Su esposa lo encontró tirado en el piso, boca
abajo, con la cabeza ensangrentada y una pistola en su mano derecha. En ese
instante llamó a la policía. El comisario Paolo Marini y su asistente Giorgio
Gattone, descartaron de inmediato la posibilidad de suicidio. Junto con todo el
equipo policial, examinaron el arma pero no encontraron nada que pudiera
ayudarlos.
Al
volver a la comisaría, los jefes de la policía estaban desconcertados.
Comenzaron a escarbar entre las pocas pistas disponibles. No había otras
huellas digitales ni en el arma, ni en la puerta del domicilio. Lo único que
poseían eran grabaciones de llamadas telefónicas que Paladini había recibido en
las últimas semanas entre las cuales se registraron amenazas de muerte, todas
con la misma voz. Fueron citados los vecinos del juez para atestiguar, pero
ninguno aportó demasiado. A continuación, fue interrogada la viuda, pero poco
pudo agregar. Esos primeros días fueron fatales para el jefe de la policía,
dado que la prensa asediaba con furia y el alcalde exigía resultados
inmediatos.
Marini
era un hombre relativamente joven. Soltero, de cabellos oscuros, altura
considerable, tenía un prestigio y una conducta intachables. Se graduó como
policía en Turín y fue promovido a comisario luego de varios años. Al
transferirse, se llevó consigo a su compañera de graduación, Elena Campodonico
como asistente. Gattone era oriundo de la capital siciliana y era quien
realizaba los “trabajos sucios”. De ojos oscuros, escasa estatura y una
incipiente calvicie, era famoso por su seriedad, eficacia, dureza y rapidez. En
la ciudad, era la cara visible de la fuerza policial.
Marini
y Gattone escuchaban una y otra vez aquellas grabaciones. “Obviamente está
trucada, -dijo Marini-, nadie puede ser tan estúpido sabiendo que la línea
estaba interferida.
- ¿Y si no lo sabía? Preguntó Gattone.
- Por favor Giorgio, no digas tonterías. Quien
haya sido no era un ratero principiante, sino alguien con muchos crímenes y
asesinatos encima.
- Hace ya varias noches que no puedo dormir
preguntándome quien habrá sido ese hijo de puta.
- Lo mejor será no perder la calma. Creo
que el mayor problema en este momento es la ansiedad del alcalde.
- Hablando del alcalde, ¿crees que querrá
someterse a un interrogatorio? Creo que sabe más de lo que parece.
- ¡No seas ridículo! ¿Por qué debería de
saber más?
- Porque Di Pietro y Paladini no se
llevaban bien y todos saben de sus diferencias.
- De todas maneras no creo que Di Pietro
sepa algo o tenga algo que ver, sería muy tonto de su parte. Recuerda que
estamos a pocos meses de las elecciones y esto de por sí ya le resta votos.”
En
ese mismo momento ingresó Elena anunciando que había que presentarse en la
fiambrería de Ulrico Ballini. Rápidamente, los tres se dirigieron con varios
hombres hacia allí. Al comenzar esta nueva investigación, Marini recordó que éste
había declarado ante el juez la noche anterior al crimen. Al preguntársele si
había recibido amenazas, reaccionó de manera agresiva y descalificó a toda la
policía de Palermo en los medios de comunicación. Las evidencias no fueron
muchas. El alcalde, visiblemente furioso, llamó por teléfono a Marini intimidándolo
para que resolviera rápidamente el misterio. Ante esas urgencias, llamaron a un
agente internacional.
Continuará...
El Puma
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