HORST, CAPÍTULO 3
Horst
Weber se debatía entre la vida y la muerte tendido en una cama, conectado a un
respirador artificial y con la provisión de suero en su brazo derecho.
Finalmente, Greta y Helmut pudieron entrar a visitarlo. Ambos lloraban, pero no
cruzaban ni miradas ni palabras. Él no quería irse, en parte para permanecer al
lado del convaleciente y en otra para no tener que enfrentar a los reporteros.
Ella hablaba con los doctores y se interesaba en el estado de salud de su
esposo. Al cabo de unos minutos, las enfermeras debieron pedirles a ambos que
se retiraran, a lo que solicitaron salir por alguna puerta trasera. Camuflado
dentro de una ambulancia, Helmut abandonó el lugar y regresó a su casa. Greta,
sin embargo, permaneció unas horas más y tomó un taxi en otra salida del
hospital.
Pasaban
los días y Horst no despertaba. Tenía convulsiones. Cada tanto se movía como si
tuviera epilepsia obligando a los médicos a intervenir más de una vez. La
situación se normalizó. Su salud era poco menos que un secreto de estado, no
salían comunicados o partes médicos. Si bien se mantenía estable y sin mayores cambios,
nadie se atrevía a hablar. Los periodistas estaban afuera e intentaban ingresar
de cualquier manera, sin éxito alguno.
Tanto
Greta como Helmut tenían guardia periodística en sus casas. Debían ingeniarse
de la mejor manera para poder salir. Los métodos eran variables, desde
disfraces hasta señuelos para poder escapar, o pasar del balcón de su edificio
a otro para luego huir de las trincheras montadas por los hombres de prensa.
Continuará...
El Puma
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