VILLEGAS, UN TIPO SOÑADOR


 

    El “Negro” Villegas siempre fue un soñador. Vivió por y para ese sueño que jamás negoció ni mucho menos resignó. Desde pequeño comenzó a trabajar en él, convencido de que lo logaría. No soñaba con ser futbolista: desde su nacimiento ya supo que lo era. Tampoco deseaba fervorosamente ganar un campeonato o salir goleador, aunque estas acciones, sin dudas, lo ayudarían a conseguir lo que tanto añoraba.

    Es un tipo simple el “Negro” Villegas. Un hombre que transita por sus 35 años y que desde muy pequeño comenzó el camino hacia su objetivo. “El último gran enganche que le queda al fútbol argentino”, aseguran en su barrio. Mediocampista de creación, Villegas basó su juego en la inteligencia de su cabeza. Los rivales jamás pudieron decodificarlo. Lento y pausado cuando el equipo lo necesitaba y tan rápido como punzante cuando el partido lo ameritaba. Así es Villegas. Juega como vive, y jamás se da por vencido.

    “Yo siempre tuve el mismo sueño. No se bien qué me llama tanto la atención de todo eso, pero quizás sea imaginar el estadio en silencio, pendiente de lo que pueda llegar a hacer uno en ese momento. Y obviamente, me encanta la idea de ser el héroe y hacer historia para mi país. Eso es lo que más me atrae”, reconoció una vez en una entrevista.

- “¿Qué pasa si no ocurre lo esperado?”, le preguntó el cronista.

“No es mi sueño, sino el de algún otro. Lo único que puedo decir es que no me voy a conformar con clasificar al Mundial y llegar a la final. Si tan solo ocurre eso, no me quedará otra que seguir persiguiendo el sueño que tengo de pequeño”.

    El “Negro” Villegas nació en Ituzaingó y, como la mayoría de sus vecinos, es hincha del club del barrio. Pero Villegas no seguía a otro equipo de categorías más altas. Para él, ir a la cancha era ir a ver al “Verde”, a Ituzáingo. Sin embargo, nunca quiso jugar allí. “Atentaría contra mi sueño”, argumentaba. Aunque muchos en el barrio creían que con su tesón en la vida y su habilidad en la cancha, era imposible que “Villeguitas”, como lo llamaban, durara demasiado en Ituzaingó. Recordaba una vez el “Negro”, con una sonrisa en su rostro, los innumerables retos de su abuela en las tardes que les cortaba la siesta a todos por ir a patear contra la pared de su casa. “Se iban a dormir la siesta y yo, que también tenía que dormirla, engañaba a mí mamá tapándome y cerrando los ojos para que se fueran a su habitación. En cuanto escuchaba los ronquidos de mi viejo, salía corriendo a pelotear durante horas contra la pared del jardín, que daba al cuarto de mi abuela. Claro que cuando la viejita se levantaba, furiosa, me agarraba de las orejas y me metía adentro. El reto era triple: por no dormir la siesta, por engañarlos haciéndome el dormido y por despertar a la abuela. Pero no me importaba, yo tenía que practicar”, se justifica siempre.

    Villegas ya deslumbrada cuando de pequeño jugaba con sus compañeros en la plaza del barrio. Un chico hábil, rápido, que sabía frenar a la edad en que en el fútbol todo es ir para adelante y hacer la mayor cantidad de goles posibles. Siempre fue un jugador cerebral, pensante. Eso sí, tenía una apuesta con el arquero de su equipo. Si ganaban el partido, debía quedarse al menos 45 minutos atajándole penales para ayudarlo. Obviamente, el equipo de Villegas jamás perdió.

    Ya en la adolescencia, uno de los famosos cazatalentos que existen en el fútbol le vio condiciones y lo tentó para ir a River. “Un equipo grande. La Selección queda a un paso de ahí”, pensó, y aceptó decidido. En el club de Núñez brilló en sus comienzos pero una lesión le hizo perder terreno y en el vertiginoso mundo de este deporte el tiempo pareciera, erróneamente, valer oro. El “Negro Villega”, así, sin s, como lo había bautizado su primer DT en River, no tenía representante y eso también era un escollo para su llegada al primer equipo, pero Villegas no se quedó quieto y, como en la cancha, accionó rápidamente. Tocó algunas puertas, decidió terminar con la recuperación de su rodilla para volver al 100%, y siguió hablando con sus contactos. Así llegó la posibilidad de Talleres de Córdoba, equipo del ascenso pero con aspiraciones a la máxima categoría.

    Para ese entonces ya tenía 17 años y era el momento de dar el salto a Primera. Su técnico (y le decimos así porque no dejó de serlo en toda su vida), Juan Carlos Rafaretti, lo llevó de a poco hasta hacerlo debutar en un partido ante Atlético de Rafaela. Villegas entró en el segundo tiempo y deslumbró. Todos se dieron cuenta que era un jugador de otra categoría y por fin se ilusionaron con el ascenso tan deseado y frustrado del club. Con el correr del tiempo y los consejos de Rafaretti, Talleres ascendió ganándole el clásico a Belgrano, aquella famosa tarde en la que un tal Villegas marcó dos goles en la victoria 3 a 1 como visitante.

    Con nuestro héroe como artífice del ascenso, las ofertas de los clubes más ricos del país no se hicieron esperar y el jugador, ya de 18 años, esperó los consejos de su entrenador para responder. Se quedó en Córdoba. “Había que mantener al equipo y Juan Carlos me dijo que yo era una pieza fundamental. Fue una de mis mejores decisiones: crecí mucho y muy seguro esa temporada al lado de él.”, explica siempre el jugador.

    Persistente, generoso y fiel fue Villegas a lo largo de su carrera. Por eso no quiso emigrar por mucho tiempo a otro equipo. Talleres mantuvo la categoría y el siguió jugando, deslumbrando y rechazando ofertas, sobre todo de River. Fue rencoroso Villegas, hay que reconocerlo. Jamás dio la mínima chance de volver al club que no lo quiso, pese a que seguramente le hubiese acortado el camino a la Selección. Fue la única vez que no actuó a favor de su sueño.

    Con 23 primaveras sintió pasar el Mundial de ese año por delante de sus ojos. Su no citación fue tema de debate en todos los medios deportivos y fue una enorme desilusión para el futbolista que necesitó mucho de las palabras de Rafaretti.

    Ya maduro, con 25 años, y tildado de jugador brillante solo para el medio local, Villegas no dudó en rechazar ofertas europeas que lo alejarían de la Selección. “Tuve la posibilidad de irme a Rusia, Ucrania y Bélgica. Hubiese hecho diferencia económica, pero el Mundial no lo iba a jugar. Acá tengo al técnico más cerca y me ve todos los fines de semana”, se excusaba, pero él sabía que debía abandonar a Talleres. Por eso, y por recomendación de Rafaretti, eligió ir a Independiente para salir campeón en el año previo al próximo Mundial.

    Y la verdad que era número puesto Villegas. Salió goleador y mayor asistidor del torneo. Fue su mejor momento y era ovacionado en todas las canchas, tanto por la parcialidad de su equipo como por los rivales. Sus declaraciones acerca de su sueño mundialista enternecieron a todos que pidieron por un lugar en la lista de 23 futbolistas que defenderían la camiseta celeste y blanca. Y fue convocado, jugó en las eliminatorias y la Copa América y marcó 12 goles, ninguno de penal.

    Villegas no pateaba penales, sólo los practicaba. Pero una pesadilla lo alejó de ese sueño de toda su vida: se volvió a lesionar la rodilla derecha y se quedó sin Mundial. Lloró mucho Villegas, pero no bajó los brazos.

    Es un tipo persistente Villegas. No se iba a dejar golpear así nomás. Seguiría intentándolo. Otra vez cuatro años lo separaban del único sueño de su vida por eso su meta era la del próximo Mundial, que lo encontraría ya con 31 años. El morbo de la prensa y los hinchas, que conocían su sueño, crecía cada vez más y siempre estaba el que le hiciera recordar: “este es tu último Mundial Villeguitas, eh, hay que llegar a la final”. Pero él jamás se apichonó y su primer Mundial llegó. Rodeado de juveniles, fue el eje del equipo que no pudo superar a Francia en cuartos de final y se volvió temprano. Villegas ya no era héroe. No desde aquel penal en el partido de la eliminación que no quiso patear y que después erró el juvenil Lartuso. “Egoísta, cobarde, mal compañero”, fueron algunos de los calificativos de la prensa tras la eliminación.

    Es un tipo valiente Villegas. Soportó todas las injusticias, siguió reconociendo que cumpliría su sueño en la final de la próxima Copa del Mundo. “Andá a patear calefones”, le gritó un hincha. El Negro sonrió, porque estaba convencido que su sueño llegaría.

    “Mi próximo Mundial me va a encontrar con 35 años. Voy a ir como suplente y voy a lograr mi sueño”, vaticinaba en una entrevista. Ya nadie le creía y muchos lo trataban de loco. Pero Villegas siguió jugando, no en Independiente, sino de nuevo en Talleres, que había vuelto a la segunda división. “Si lo asciendo me ganó el pasaje”, pensó. Y así fue. Tardó tres años, pero antes del Mundial logró meter a Talleres en Primera División.

    Cuando lo citaron para las eliminatorias la gente gritó de bronca y repudió la acción del entrenador, pero cuando éste lo mandó al banco y lo hizo jugar poco y nada, se tranquilizó.

    Es líder Villegas. Por eso de a poco fue ganándose un lugar en el equipo. Y llegó el Mundial. Argentina superó la primera ronda tras vencer a Nigeria, Corea del Norte y empatar con Grecia. El Negro, a los 35 años, entraba unos minutos en el segundo tiempo y hacía la diferencia por su calidad de siempre y experiencia. Era feliz, estaba convencido y para nada presionado. Muchos creen que le torció la mano al destino, que lo modificó con su forma de pensar y actuar. Otros, simplemente creen que se hizo dueño de su propia historia. Lo cierto es que en octavos de final Argentina enfrentó a Francia y la superó cómodamente por 3-0 con dos de Villegas que ingresó en el primer tiempo por la lesión de un compañero. En los cuartos llegó Inglaterra a quien también superó el seleccionado sudamericano con un ajustado 2-1 sobre el final y con Villegas como titular. La semifinal ante Camerún se resolvió por penales tras un empate sin goles. Villegas entró a los 60 minutos y no pateó ninguno en la definición que terminó 9-8 a favor del equipo argentino. El momento deseado había llegado: la final del mundo. El sueño estaba ahí, a la vuelta de la esquina.

    No era un tipo dubitativo Villegas, pero esa noche necesitó hablar con Rafaretti. Lo llamó y le comentó: “Estoy ansioso Juan Carlos, necesito tranquilizarme. Quiero estar a la altura de las circunstancias mañana”.

-“Tranquilo, Negro, vos hacé lo tuyo que el penal va a llegar solo. Pedís la pelota, la agarrás y elegís una punta. Pateás fuerte, decidido y lo que sigue se lo dejo a tu imaginación”.

- “¿Y si no llega, Juan Carlos?”

- “Lo venís soñando hace 35 años, pibe ¿cómo no va a llegar? Dale, andá a dormir y descansá bien”.

    Villegas fue titular ante España. No tuvo una buena labor y reclamó muchas faltas dentro del área que no fueron. El partido iba rumbo al cero a cero. El reloj marcaba los 70 y pico cuando tras un pase largo y cruzado de Villegas, el defensor tomó de la camiseta al delantero dentro del área y el árbitro pitó. Todo se detuvo en ese momento. Villegas giró su cabeza hacia el referí para corroborar la llegada de su sueño, el de toda la vida. Se le pasaron por la cabeza muchas cosas: su abuela regañándolo en el jardín de la casa, sus compañeros ayudándolo en la plaza para que patee penales hasta la hora de cenar, las palmadas de Rafaretti cada vez que hablaban de este momento…”

    Es un tipo soñador Villegas, no puede fallar. El sueño de patear su primer penal en la final del Mundial está ocurriendo en este instante. Piiiiiiiii, se escucha el silbatazo del árbitro que señala el punto de penal. Todos lo miraban al futbolista nacido en Ituzaingó, porque éste no reaccionaba. Pero de repente, infló el pecho, caminó en dirección al árbitro y le pidió la pelota.

    Y ahí está Villegas, acomodando el balón en el punto de penal. Lo acaricia, lo gira, se acomoda las medias, se seca las manos transpiradas en su pantalón y comienza la guerra visual con el arquero. Lo mira fijo, serio. El Negro experimenta la sensación de la sordera. El silencio de los casi 100.000 espectadores retumba en su cabeza y lo aturde. Villegas empieza a caer en la realidad: su sueño se está cumpliendo. Mira para los costados, ve que todos lo observan. Todos los movimientos le parecen lentos y pausados. Respira profundo, vuelve a mirar al arquero y sonríe, esta vez sonríe. Decide disfrutarlo. 35 años le llevó llegar a este momento y no quiere que se le pase tan rápido. Pero como ya dijimos, en el fútbol el tiempo es oro. Detiene su retroceso, vuelve a mirar al arquero, mira al cielo riendo de felicidad, baja la mirada hacia la pelota y arranca su marcha hacia ella.

    Es un tipo soñador Villegas. Vivió por y para este sueño que jamás negoció ni mucho menos resignó. Y allí está, feliz, corriendo hacia la pelota para patear el primer penal de su carrera, el de la final de un Mundial, el del sueño de toda su vida.

L.C.H

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