EL PIANISTA
Las puertas selladas de aquel viejo
teatro que alguna vez fue moderno dejaban salir una hermosa melodía que no se
callaba nunca y que invitaba a la gente a que entrara, a pesar de la
imposibilidad de hacerlo. Disfrazaba la atmósfera y alegraba al barrio. Era
punto de encuentro. La leyenda cuenta que es la música del pianista más joven y
talentoso del lugar. Un día, con tan solo 19 años, este joven prodigio debía
enfrentar lo que quizás sería la noche más importante de su vida: el debut ante
su gente. El teatro La Tecla, el más grande del lugar, estaba repleto en su
inauguración. La función no tardaría en empezar. Se lo veía sentado, jugando
con sus dedos entrelazados. Parecía tranquilo, pero no lo estaba. Cuando
terminó el pianista anterior a él la ovación se hizo escuchar y el juego de
luces sobre el escenario cautivó a todos. Luego vino el silencio, la eterna
espera del niño pródigo. Y él allí parado, detrás del telón. Su cabellera
rubia, inamovible, se asomaba para ver vaya uno a saber qué. El teatro estaba
repleto y el presentador ya estaba hablando. Él permanecía quieto, atento y
escuchando. Sus dedos transpiraban. El locutor gritó su nombre y el telón se corrió.
Cuando la gente aplaudió enfervorizada avanzó hacia el centro del escenario.
Una potente luz iluminaba su rostro que comenzó a
transpirar mientras su pelo perdía la forma. Giró hacia la derecha y allí
estaba el enorme y blanco piano. Con su traje negro e impecable avanzó hacia
allí, se sentó de espalda al público y giró el
cuello en círculos para relajarse. Sus dedos seguían sudorosos y mojando las
teclas. Respiró hondo y comenzó. Al principio medio tosco, pero a medida que el
sonido que lograban sus manos se metía en su cerebro pasando por sus oídos, se
fue soltando. El “ooooh” de la gente sorprendida lo motivó aún más. “Y eso que recién empiezo”, pensó. El ritmo infernal de sus dedos golpeando las teclas
dejó a todos atónitos. Es que para eso había llegado, por eso estaba allí, para
deslumbrarlos a todos. El teatro abrazaba tan maravillosa música y no la dejaba
escapar. Su mente ya volaba por lugares nunca antes visitados. Concentrado y
despeinado seguía el ritmo de la música con su cabeza y sus pies. Movía el
cráneo bruscamente de aquí para allá y de repente, silencio. Levantaba el rostro
hacia el cielo con sus ojos cerrados y seguía con su música a una velocidad infernal. Luego bajaba el ritmo y el público se
relajaba. Manejaba la intensidad de la gente. Sabía cuando acelerarlos y cuando
relajarlos. Era un espectáculo único. Tan único que no podía parar. Y fue así
como siguió tocando eternamente. Fue así como la maravillosa música del joven
pianista siguió deleitando al público que no se movió de sus butacas. Así
durante horas, días, años y siglos. El teatro cerró pero la música jamás se
calló. Nada se supo del pianista y su público, aunque muchos dicen que es él
quien hoy sigue tocando el piano a diario en ese viejo teatro que alguna vez
fue moderno.
L.C.H
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