AYRTON ETERNO
El 1 de mayo de 1994 no era un día más. Ni siquiera un feriado más, y no solamente porque era domingo. En Imola, se corría el Gran Premio de San Marino, la tercera carrera del campeonato mundial de Fórmula 1. Ayrton no había podido completar las dos carreras anteriores, quedando relegado ante un joven piloto alemán llamado Michael Schumacher. Acababa de pasar a la escudería Williams, en reemplazo de su archirrival, Alain Prost, quien se había retirado de la actividad. Era un candidato serio para alcanzar o, tal vez, superar el récord de más campeonatos ganados que ostentaba, en ese entonces, el argentino Juan Manuel Fangio (cinco, contra tres con los que contaba Ayrton).
Ese día, debía ganar para no perderle pisada al joven germano y se esperaba con ansias esa carrera. Sin embargo, algo no estaba bien. El piloto brasileño tenía malas sensaciones y, aunque es difícil de creer, miedo. El accidente de su compatriota Rubens Barrichello, quien salvó su vida de milagro, el viernes previo, y el otro infortunio que causó la muerte del austríaco Roland Ratzenberger el día anterior, lo golpearon anímicamente. Eso le comunicó a su novia, Adriane Galisteu la noche del episodio fatal. No quería correr.
Pero Ayrton no iba a traicionar su
espíritu competitivo. Había arriesgado su vida tantas veces en un circuito ya
sea para pasar a un rival en un espacio cerrado, o en una pista mojada en medio
de un gran aguacero. No en vano era el mejor a la hora de correr bajo la
lluvia. Había ganado la pole, salía primero en la grilla y arrancó a todo motor.
Después de 6 vueltas liderando con comodidad, el Williams Renault de Ayrton no
logró tomar la curva Tamburello. Siguió de largo y chocó contra un paredón de
cemento a una velocidad de 218 kilómetros por hora. De inmediato, lo sacaron de
su vehículo y lo llevaron en helicóptero hacia el hospital de Bologna. La
carrera pasó a segundo plano. Nadie se percató de que Schumacher ganaría ese
Gran Premio, mientras se seguía de cerca el estado de salud de Ayrton. Los
periodistas presentes en el nosocomio, esperaban con ansias el primer parte
médico. El mundo se estremeció cuando la doctora entrevistada respondió “nessuna speranza” (ninguna esperanza) ante la consulta de si
había posibilidad de que sobreviviera.
Y así sucedió, a los pocos minutos, el
corazón de Ayrton Senna Da Silva dejó de latir. El “piloto más rápido de la
historia” como se lo conoce aún hoy en día, dejó un hueco muy difícil de
llenar. No solamente era venerado por su gran capacidad técnica, sino también
por su carácter, por los riesgos que tomaba y por su carisma. Siempre estuvo la
suposición (incomprobable, claro está) de qué hubiera pasado si hubiese seguido
con vida. Siempre se supuso que alcanzaría a Fangio y que, alguna vez, correría
en Ferrari. Pero lo que quedará en la historia y para la eternidad de la
Fórmula 1 es su legado.
El Puma
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