ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 29, PARTE 2

 


    Consultorio del Dr. Ireneo Shrink, septiembre 26 de 19..

    Del libro de notas del psiquiatra:

    "Muy preocupado. Hildebrand Otto más Mr. Hyde que nunca. ¡Vegas murió! Asesinado por una dosis infernal de cianuro de potasio. Explotó. No lo acusé, pero lo miré fijo. Bajó la vista y se rió. No me gusta nada que se haya reído, es típico de cuando miente. Después me dijo que no, que había sido un tal Foffeti a través de una amante que tiene y que se llama Violeta. Después entró en una narración muy confusa, habló de su venganza y de cómo en la fiesta había embromado a uno de sus enemigos (¿estaría hablando de Vegas?) y siguió diciendo que lo había ayudado un amigo suyo, un tal Méchant, que se había ganado la confianza de una empleada de la Embajada, una señora Ulata.

    "Yo ya no entendía nada, pero tenía miedo de preguntarle, no fuera cosa que después creyera necesario... silenciarme. Todo eso no tiene pies ni cabeza, ¿quién va a matar a alguien en medio de una fiesta diplomática? Luego se leía, con letra deformada, posiblemente por el estado nervioso del doctor:

    "A menos que esté loco..."

    Consultorio del Dr. Ireneo Shrink.

    Octubre 30, 19..

    Cuando Schmuziger se marchó, envuelto en su eterno impermeable y con su sombrero calado, ambos negros, el doctor empezó, involuntariamente y como fascinado, a evocar la sesión que terminaba. Recordó la desordenada agitación del paciente al comentar el informe del pesquisa a quien había encargado el seguimiento de su mujer y la sensación de perplejidad que lo invadió al recibir la explicación dada por Hildebrand Otto: no era en absoluto convincente ni podía razonablemente dar cuenta de la ira desenfrenada que le había ocasionado. El aludido informe no mencionaba prueba alguna de la culpabilidad de su mujer, al contrario, sólo presunciones muy subjetivas del paciente podían justificar esas sospechas.

    Su mujer había ido a visitar a una amiga, Eva Truman, en cuya casa había permanecido casi exactamente un par de horas. El investigador no había registrado la entrada de nadie. Finalmente, su mujer había salido para "retornar directamente al hogar conyugal" como rezaba textualmente la anotación del pesquisa, con quién Schmuziger había reñido ferozmente. El motivo de la disidencia era que el detective, en lugar de quedarse un rato en las cercanías del inmueble donde vivía Eva para comprobar si después de su mujer salía algún hombre con quien pudiera haber compartido ese par de horas, la siguió directamente a su casa.

    El sabueso había muy sensatamente objetado que si hubiera procedido como sugería Hildebrand Otto no habría podido seguirla ni saber si no iba a algún otro lado a encontrarse efectivamente con alguien. Esta respuesta provocó una desmesurada reacción de Hildebrand Otto, quien casi le pega mientras le gritaba que estaba robándole su dinero y que le cobraba lo que le cobraba sin agregar un necesario hombre al seguimiento. A ello le respondió el investigador que si creía que su agencia era la Policía Federal y que meter un hombre más en la investigación iba a salirle casi el doble, ya que los honorarios de un profesional eran muy altos.

    Hildebrand Otto hizo de todo esto una novela, aduciendo que no era probable que su mujer fuera a visitar a Eva y se quedara dos horas hablando con ella, porque a él le constaba que Eva aburría mortalmente a su esposa. Que aunque no hubiera entrado nadie en ese lapso, algún hombre podía esperarla adentro y pasar con ella divertidamente las dos horas en la cama sin que el papanatas de su contratado lo advirtiera.

    Además él, Hildebrand Otto Schmuziger, sabía perfectamente quién era este Don Juan: Yáñez Haedo: ¡quién si no! que en todas las fiestas andaba con su mujer por los rincones, riéndose seguramente de él y muy divertidos. Este pensamiento le provocó un ataque de furia, a tal punto que tuvo grandes espasmos, como un epiléptico.

    "Pero sabe lo que hice, doctor, ¿sabe lo que hice?" recordó Shrink mientras revivía la percepción de esa mirada de loco. "Fui al cuarto a ver si encontraba al gatón siamés que le gusta tanto, que adora, que idolatra, que alimenta ella misma para que no se lo toque la mucama. Ese gato antipático al que acaricia todo el tiempo y al que no me deja ni acercar... ahí estaba, dormido como un tronco el hijo de puta".

    "Preparé un lazo con un cordón de nylon, que yo había comprado con la intención de utilizarlo alguna vez con Gregorio... el gato se llama Gregorio, ¡fíjese si no será loca mi mujer, ponerle Gregorio como a un cristiano! Pasé el cordón por encima de la araña, le puse el lazo alrededor del cogote aprovechando que dormía y luego tiré, tiré y tiré rápidamente del cordón. Qué sensación, ver cómo se levantaba, primero la cabeza y después el cuerpo, que se ponía perpendicular, y se retorcía y no podía ni maullar porque el lazo le apretaba cada vez más la garganta... y verlo colgar y hacer fuerza para escapar, pero nada, hasta que se le escapó, no sé cómo , un ronquido, pegó tres sacudidas y reventó nomás... se quedó quietito entonces, el gato de mierda".

    El doctor no podía creer a sus oídos, a pesar de estar al corriente de algunos otros episodios anteriores bastantes serios, y se sorprendió al advertir que en la narración del cuento del gato, Hildebrand Otto había transitado, de una creciente agitación y expresividad a una visible paz, cuando describió los estirones postreros del felino. Eso le hizo sospechar una connotación sexual perversa en todo este asunto, y sus sospechas quedaron confirmadas cuanto, tras un silencio y ya con otro tono, como si experimentara una súbita timidez, Hildebrand le dijo más que le preguntó:

    "Bueno, doctor, yo tengo que contarle todo, ¿no es cierto?

    Shrink le respondió con voz algo insegura que así era, en efecto, si quería que la terapia rindiese sus frutos.

    "¿Usted sabe lo que me pasó cuando vi al gato retorcerse y sobre todo cuando dio sus sacudidas y se quedó quieto, recién muerto? Tuve una erección formidable. ¿Por qué será, doctor?"

    Tras una vacilación, siguió escribiendo:

    "Extraña sexualidad, producto de fijaciones infantiles. Se excita cuando la mujer lo traiciona, como lo demuestran los episodios de atletismo sexual cuando se enteró de la infidelidad de su primera esposa, Marta. Pero peor fue el asunto del gato. Necrofilia. Un caso para la Salpetriere..."


Continuará...

Gastón Lejaune

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