ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 33


 

                                                EN EL "QUEEN ELIZABETH"

    Dorinda Ferrari de Sphincter entró al bar "Queen Elizabeth" y echó una mirada circular por el salón. Estaba muy elegante, con un vestidito de seda abrochado hasta arriba. Se notaba un claro cambio en su estilo: nada de blusas abiertas o medio transparentes, nada de faldas cortonas: ahora era una señora. 

    Súbitamente, encontró a quien buscaba, que no era otra que Marta Fouchet, metida en una robe sac y con una vincha que le tapaba la frente.

    "Decididamente, Marta está hecha un mamarracho..." se decía Dorinda mientras le daba un beso y se sentaba a su lado.

    Se pusieron a conversar muy animadamente. Mirándola por debajo de su flequillo, lamentablemente tan largo como siempre, Dorinda inquirió afectando un enorme interés, aunque posiblemente no sin cierta maldad:

    "Decime, ¿cómo está el Toto... ahora que salió de la cárcel?"

    Marta miró para otro lado, como si la pregunta no le incumbiera, pero se decidió por la naturalidad y respondió:

    "Callate, me cuentan que está deprimidísimo. ¡Se sacaron a relucir tantas cosas con este asunto!"

    "Vos... rompiste con él" dijo Dorinda, como si lo afirmara.

    "No se puede romper lo que nunca existió" dijo, cortante, Marta. Luego suavizó el tono: "Bueno, vos sabés que nunca hubo nada entre nosotros... Una de esas amistades que uno se hace en el exterior..."

    "¡Claaaro...!" corroboró entusiastamente la flamante Dorinda Sphincter.

    "Además, ¡estaba casado! Vos sabés que yo, por principio, jamás tengo nada que ver con hombres casados. Toto nunca se había divorciado en serio de su mujer, sólo pretendió hacerlo para conseguirse a Violeta. Ahora que no tiene adónde ir, ¡volvió al hogar!"

    "¡Qué me contás! La pobre Sara aguanta cualquier cosa..."

    "Bueno, tú sabes" dijo castizamente Marta "están los niños de por medio".

    Dorinda aprovechó para mordisquear una tostada y tomar un sorbito de te.

    "Y en la carrera, ¿qué tal?"

    "¡Como la mona! Salió de prisión porque no había pruebas, pero figurate que el Ministro no sabe qué hacerse con él. No le ha dado funciones y ahí anda el pobre, como alma en pena. Además, nadie cree eso de que fue el ama de llaves quien mató a Vegas... todo quedó muy misterioso".

    Aquí vio Dorinda una bella ocasión de intervenir.

    "Bueno, vos sabés que León demostró con pruebas que el autos material era Violeta y que el instigador había sido Foffeti..."

    Marta también aprovechó para revolver el cuchillo en la herida:

    "También, Dorinda, mirá que no hacerle caso a la verdadera eminencia que tenés como marido... porque en realidad, León tiene motivos para ofenderse con la Policía. No le llevaron el apunte..."

    Para evitar ser refutada, Marta se interrumpió, y echándole a Dorinda una mirada de arriba a abajo:

    "Che, pero vos, ¡qué elegante que estás! ¡Y ese color de pelo te queda regio! ¿Cómo anda León?"

    Dorinda la miró como si estuviera agradecidísima que le preguntaran por León, sonrió excesivamente y dijo:

    "El siempre está bien. Figurate, ahora parece que quieren ofrecerle la Subsecretaría de Justicia... una forma de desagravio, ¿te das cuenta? Pero León no ha dicho todavía que sí... no sé si nos conviene tampoco..."

    "Claro, ¡por un sueldito! Y además, ¡con lo que duran...!" contraatacó Marta.

    Dorinda continuó, como si no hubiera oído:

    "Todo el mundo le ofrece cosas. Es que saben que es indispensable cuando hay algo difícil..."

    Marta estuvo tentada de decirle: "Vos sí que te acomodaste". Luego también le vino a la mente lanzarle una de sus habituales púas, poniendo en duda el ofrecimiento en forma indirecta, pero no pudo: la reputación de sabiduría de que gozaba Sphincter era demasiado grande. Suspiró más que dijo:

    "¡Claro!..."


Continuará.

Gastón Lejaune

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