ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 31, PARTE 2


 

    Menchaca se quedó pensando. Encontró divertido el dicho de Bator, porque lo que no dijo era precisamente lo que le preocupaba al otro, y con razón. ¿Le contaría? Pero no. Debería explicarle que Dorinda Ferrari era una especie de espía amateur que tenía la Embajada metida adentro, que conocía la vida íntima del Embajador porque era su secretaria social, pero sobre todo porque tenía una curiosidad malsana por todas las cosas.

    Es que Dorinda era una personalidad compleja y sus defectos eran defectos muy activos. Aquella curiosidad la llevaba a meter la nariz en todos los papeles y el oído en todas las conversaciones. Concertaba con todo el mundo, desde el Embajador - si podía - hasta el último mucamo. Tejía alianzas y amistades, manipulaba intereses, fabricaba incansablemente su tela de araña que terminaba por abarcar a todos los que la rodeaban.

    Se había hecho amiga de Ulata, la había llevado a su casa, había ganado su confianza. Así pudo enterarse de todo lo que pasaba en el mundo vedado por la barrera idiomática mittelmongólica. Conocía perfectamente la situación política del Embajador, el tránsito del cuadro con la efigie del Gran Conductor del lugar de honor a la salita y de allí al ático de los trastos viejos (Su pretensión de ignorarlo no eran sino otro de sus eternos y fatigantes disimulos). Estaba enterada de los peligros que cada uno de los diplomáticos de esa Embajada corría ante la nueva situación política. 

    Lo sabía todo. Y debió entregar una parte de ese tesoro de información al Comisario aquella vez que éste descubrió la mentira en su testimonio al decir que apenas tenía una relación oficial con Vegas. La sola idea de que este Menchaca pudiera hacer pública la revelación de la foto y que el adobado y convencido Sphincter se enterara de sus patrañas y enredos provocó su locuacidad considerablemente.

    "Bueno, si estoy equivocado, sáqueme usted del error. Cuénteme como es la cosa".

    El Secretario asintió sin dar muestras de asentir; algo así como la sonrisa de la Gioconda. Se quedó un rato callado, y finalmente se decidió a hablar.

    "Roto-Ri odiaba Embajadol. Dulante légimen Glan Conductol, poble mujel había soblevivido con empreos... miselabres que daba gobielno. Finarmente fue... changadola de aelopuelto, y eso ya ela mucho mejol que plimelos tiempos. Ela plima de Embajadol Urato y soblina de Consejelo Lear que había ayudado mucho a Embajadol... y que orvidó apenas llegó nuevo légimen. En un momento, cuando fue admitido como paltidalio, Urato hubiela podido alegralra (Menchaca, ya ducho en transposiciones, entendió bien: "arreglarla"). A ella, polque poble padle había muelto poco después de encalcerado. Con movel un dedo... pelo cleo que se había orvidado..."

    Menchaca volvió a la carga: 

    "Entonces, vino a Buenos Aires a verlo a usted..."

    El Secretario permaneció en silencio un rato, como si estuviera dudando. Luego dijo:

    "No, no vino velme a mí. Vino vel Urata".

    Arqueo supercilial de Menchaca.

    "Urata tiene hija en Mittelmongoria. Y un hijo. Es todo ro que tiene en mundo. Roto-Ri amenazó pala que matala Embajadol".

    "Entonces... ¿fue ella la que puso el veneno en la bebida de Vegas?"

    El oriental asintió calladamente.

    El asunto cerraba bastante bien: Ulata había preparado varios de los tragos, pudo muy bien haberle puesto el veneno al de Ulano y tomarlo Vegas por equivocación. Pero todavía quedaban algunos puntos oscuros.

    "Lecuelde que Embajadol estuvo lato en sarita con Nuncio, Secletalia Navarcalnelo y Secletalia Dolinda. Ahí entló Urata con vaso que entlegó a Urano. Este bebió absorutamente nada polque en ese momento entló Senadol Fluss... Dejó cocktair soble mesita y sarió. Nunca entló otla vez polque se quedó en sarón glande, habrando con Senadol..."

    Menchaca clasificaba esta información cuidadosamente. Había algunas cosas nuevas.

    "Y entonces".

    "No sé... supongo que entonces Vegas, que gustaba mucho de bebida, vio er vaso lleno soble mesita, ro tomó y el lesto usted conoce".

    Pausa y silencio prolongado. Menchaca finalmente le hizo una pregunta, con voz lenta:

    "Dígame... ¿y cómo sabe usted todo esto?"

    "Urata me contó todo. Yo ela su polotectol, su... confesol. Estaba aterrizada... aterrozada..."

    "Aterrorizada"

    "...sí, de pensal periglo pala sus hijos polque no había podido matal Embajadol. Me vino pedil ayuda, que yo fuela testigo había hecho todo ro posibre, y que tlatalía otla vez".

    Le tocó a Menchaca sacar las conclusiones:

    "Y por cierto que lo intentó de nuevo".

    "Y consiguió. Pelo plesión demasiado pala ella: una vez sarvada famiria no pudo con conciencia y se pegó tiro".

    Menchaca y el Secretario se miraron en silencio. Al salir, acompañado por aquel, Menchaca caminó unos pasos y de repente se dio vuelta. Su acompañante estaba todavía en el marco de la gran puerta cancel, debajo de la recova que protegía a los visitantes de la lluvia. Le comentó:

    "Hubo dos balas, ¿no?"

    "Sí", le respondió el Secretario, y añadió luego de una corta pausa: "Segundo tilo segulo escapó polque ela pistora automática... gatillo muy coloso..."

    "Celoso" pensó Menchaca. Saludó con la mano y se volvió a la Comisaría.


Continuará...

Gastón Lejaune

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