ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 31, PARTE 1


                                             EXIT ULANO, EXIT ULATA


    El primero de año el mucamo oriental de la Residencia de Mittelmongolia se despertó más tarde que de costumbre. El despertador, producto nacional anterior a la apertura económica de Mittelmongolia, se había parado inexplicablemente en mitad de la noche.
    Sobresaltado, se apresó a vestirse para ir a despertar al Embajador. Golpeó a la puerta del departamento que éste ocupaba en el primer piso, sin obtener respuesta. Dejó la bandeja con el desayuno sobre una mesita de la antecámara, y abrió. Lo que vio lo extrañó sobremanera: la cama estaba hecha y el cuarto ordenado. Ulano sentado en un sillón, con los ojos abiertos, tenía una extraña expresión fija. Su mano derecha reposaba sobre el brazo del sillón, y en el suelo había un vaso: obviamente se había desparramado su contenido, lo que se advertía por una mancha de líquido en la alfombra a su alrededor. El mucamo reconoció el Tom Collins que Su Excelencia tomaba casi todas las noches antes de acostarse. Si hubiera tenido la bandeja en la mano, seguro que se le caía.

    "Suicidio, indudablemente" musitó casi el investigador privado, León Sphincter, cuando lo consultó por teléfono su amigo Doublecross. "Lo esperaba un destino peor que la muerte si volvía a Mittelmongolia".
    Pero no terminaron allí los sustos y las tribulaciones del pobre mucamo oriental. Su primera reacción fue avisar a Ulata de la tremenda novedad, y fue corriendo hasta el cuarto que ocupaba en el mismo piso que el Embajador. Como golpeó la puerta sin obtener respuesta, entró en el dormitorio y ahí, ante sus ojos, estaba sobre la cama la cara deformada del ama de llaves en un charco de sangre, en parte coagulada.
    Tenía en la mano una pistola calibre 9, checoslovaca; el orificio de entrada de la bala era relativamente chico y el de salida muy feo, porque le había volado parte del otro parietal. Estaba totalmente vestida con sus ropas de trabajo, y hecha un ovillo sobre la cama. En la pared se habían incrustado dos balas.
    Quien se hizo cargo de ambas situaciones fue el Secretario Bator, viejo conocido nuestro: llamó sucesivamente, en su pintoresco pero fluido castellano, a la Comisaría, y tras unas diez o doce trasposiciones de "erres" en "eles" y viceversa, consiguió que la Policía llegara en pocos minutos. Asimismo, hubo de llamar al hospital para que enviara una ambulancia que transportara al mucamo, víctima de un principio de infarto. 
    Cuando recibió el llamado, el Comisario Menchaca decidió ir personalmente a la Residencia. No confiaba ya en Mazzuchelli y por otra parte hacía tiempo que quería comprobar una hipótesis propia respecto al "caso mittelmongólico". Llegado que fue a la casa del Barrio Parque, le abrió la puerta otro mucamo oriental, difícil de distinguir del infartado, y lo hizo pasar a la salita redonda en que solía atender la secretaria Ferrari. No dejó de percibir Menchaca que ésta brillaba por su ausencia, y le preguntó al Secretario de Embajada - encargado de negocios por el momento - qué le había sucedido a Dorinda.
    "No, Dolinda hace una semana que nos dejó".
    "Ah, y ¿adónde fue?"
    "Se casó con er doctol Sphinctel".
    "¡Qué me cuenta! ¿Así que ahora es la señora de Sphincter?"
    "Así es".
    "Bueno, quisiera hacerle algunas preguntas".
    Se sentaron, y Menchaca le espetó:
    "Dígame, Bator, ¿Cómo se lleva usted con la monarquía? Porque usted era funcionario del antiguo régimen, ¿no?
    La impasividad con que el Secretario recibió esa andanada denunciaba muchas generaciones de orientales impertérritos.
    Menchaca continuó:
    "Ayúdeme a satisfacer mi curiosidad, Secretario. Usted tiene inmunidad diplomática y yo no puedo someterlo a un interrogatorio. Pero le pido que coopere conmigo para bien de todos y yo no lo voy a molestar más".
    Estas palabras no despertaron ninguna reacción en el mittelmongólico, quien hizo una casi imperceptible seña de que seguía escuchando.
    Menchaca consultó unas notas, y dijo:
    "La señora Loto Li, Jefa de la Casa Real de Mittelmongolia vino a Buenos Aires alrededor de mediados de septiembre del año pasado. ¿No es verdad? Unos días antes del percance de Vegas".
    Silencio total.
    "Vino en visita privada y de incógnito, a tal punto que no vio al Embajador ni a nadie de la Embajada".
    Inmutabilidad facial de Bator.
    "Es decir" - continuó Menchaca - "no vio a a nadie... excepto a usted".
    El Secretario hizo otro de sus económicos signos, esta vez de negación, pero Menchaca prosiguió, embalado.
    "En la Capital del Reino, Loto Li ocupa ahora una posición de gran influencia. El Rey le da toda su confianza, y nada menos que el Ministro del Interior era su amante... Es sabido que ella estaba detrás de muchos de los... suicidios tan sugestivos que ocurrieron últimamente en las cárceles del Reino. Dada su posición, hasta los Jefes de Seguridad le tienen miedo... Yo sé que Loto Li era enemiga del Embajador, pero no sé bien por qué".
    "Usted equivocado en argunas cosas, pero sabe otlas. ¿De dónde sacó esos datos?"
    "Bueno, parte viene de los diarios, parte de notas y memos de nuestra Embajada en Anpato a los que tuve acceso, parte de algunos informantes que nunca faltan..."
    "Pero eso no exprica cómo sabe ro que dijo, ni ro que usted sabe y no dijo".

Continuará...

Gastón Lejaune

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