ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 26, PARTE 2



      Mirando a Mac Namara, "Calígula" le preguntó:

    "¿Qué te trae por aquí, Al?

    Antes de que el aludido pudiera contestar abrió la puerta una secretaria, cuyo ajustado sweater era bastante explícito respecto a la parte anterosuperior de su tronco. Sin entrar, y reclinándose solamente hacia adelante - para realzar el efecto - hizo saber a "Calígula" que el Canciller lo esperaba para la firma.

    "¡Qué fastidio!" pensó y dijo Bermúdez. Detestaba la firma, porque el Ministro tenía la molesta costumbre de preguntar de qué se trataban las resoluciones a cuyo pie a estampar su famosa rúbrica, y eso naturalmente hacía necesaria su previa lectura y a veces complicadas conversaciones con los funcionarios que habían intervenido. 

    "Bueno, Lilí, decile al Inspector que venga".

    "Inspector" era la abreviación del apelativo "Inspector de Zócalos" con que había bautizado a un funcionario colaborador suyo, de estatura notablemente baja, que ornaba la suite ministerial, y que provocaba no pocas sorpresas cuando abría la puerta a alguien, porque éste se encontraba por delante suyo con un inexplicable vacío. Inexplicable hasta que bajaba la vista a la altura del zócalo, habitat y reino del Inspector.

    La heterogénea pareja se desplazó hasta el despacho del Canciller, quien los recibió sentado en su gran escritorio Luis XV con incrustaciones de bronce. El Inspector, que respondía al inesperado nombre de Aguencerrat, llevaba una alta pila de expedientes para completar su abigarrada imagen.

    "Calígula" se sentó en la silla de frente a la del Ministro, mientras Aguencerrat permanecía respetuosamente de pie; la única libertad que se permitía en estas ocasiones era apoyar el pilón de expedientes en una esquina del escritorio. Para seguir la escena que se desarrollaba entre sus dos superiores, el Inspector tenía que ponerse en puntillas y asomar su cabeza por encima de los papeles.

    Bermúdez, tras los saludos de práctica, dirigió su mirada al colaborador, quien le alcanzó un "dossier". El Canciller leyó el encabezamiento en voz alta: "Traslado del Consulado General de Frankfurt a Hamburgo en Alemania".

    "¿Por qué trasladarlo?" preguntó.

    El despacho de su propia correspondencia y algunas llamadas telefónicas imprescindibles a varias señoras habían, lamentablemente, impedido al Jefe de Despacho adentrarse en los vericuetos de ese trivial asunto administrativo. Estuvo tentado de responderle que eso estaba perfectamente explicado en el expediente mismo, pero su experiencia le gritaba que el Canciller podía mal interpretar la omisión de un estudio previo por su colaborador. Así es como , siempre en voz baja y esperando que el Ministro no entendiera todas sus palabras, le contestó que estaba un poco afónico y que Aguencerrat le daría las razones del cambio. Naturalmente, él corregiría si fuera necesario.

    El Ministro dirigió una fría mirada a Bermúdez y luego otra a la emergente cabeza del Inspector, quien tomó la palabra:

    "A fojas 4, señor, hay un dictamen de Consulares que propicia el cambio basado en varias razones. Una es que Hamburgo es un puerto muy importante, antigua ciudad hanseática, y que está por consiguiente dentro del circuito de las ciudades comerciales del Mar del Norte. Luego, que su Universidad es muy prestigiosa y que hay un tráfico de argentinos considerable..."

    El Canciller pareció alterado por estos razonamientos.

    "¿Qué corno tiene que ver la Liga Hanseática con el Consulado General? Yo no quiero cambiar la sede... Frankfurt es un gran centro financiero y de comunicaciones en Europa".

    Bermúdez se puso pálido. Esto tenía más historia de lo que parecía. Luego cayó en cuenta: "Este Panzer, con su manía de ir a Hamburgo como cónsul general, porque se crió allí cuando el padre estaba destinado... ¡tendría que haberlo leído!" pensó, y consideró que era necesario intervenir a pesar de su alegada afonía.

    "Pero por supuesto, señor... ¿A quién se le ocurre? Ese expediente debe haber quedado traspapelado entre dos, porque no recuerdo haberlo visto... Yo hablaré personalmente con el Ministro Panzer, Director de Consulares, para que amplíe su dictamen de fs. 4... No se preocupes, pasemos al siguiente..."

    La cosa siguió, más o menos bien, hasta que el ordenanza entró con unos cafés, con que el Jefe convidó a sus funcionarios. En esa pausa Bermúdez, que era medio compadre político del Canciller, aprovechó para introducir algunas observaciones.

    "Qué me cuenta, señor, de este asunto de Vegas..."

    "No me hable de eso, Juan Ramón, que en la reunión de Gabinete de ayer me preguntaron, y yo no sabía qué decir... El Presidente no estaba del mejor humor".

    Mirando en dirección de Aguencerrat, que había olvidado por algunos segundos debido a su menguada figura, volvió a mirar a Bermúdez, quien pescó el mensaje al vuelo.

    "Secretario, ¿me puede buscar el expediente sobre el asunto de las puertas-placas con Paraguay?"

    "Enseguida, Ministro". Y el minúsculo Inspector se levantó, ignorante de que tendría que buscar un rato largo porque el expediente había sido girado a Comercio Exterior hacía una semana.


Continuará...

Gastón Lejaune

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