ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR, CAPÍTULO 25


                                                 SOBRE MOJADO, LLOVIDO


    Sphincter estaba considerablemente mejorado desde el momento en que accedió a los favores de Dorinda, y con ellos a una vida más regular. Ahora dormía por las noches en lugar de hacerlo en diversos momentos del día, y había recuperado sus reflejos habituales. Así fue que estuvo en condiciones de someter al Director de Homicidios un cuadro más o menos convincente de culpabilidad sobre la dupla Foffeti-Navalcarnero. Pensó sin embargo Sphincter que era una lástima que su amigo Doublecross, no pudiendo con su temperamento burocrático, hubiera cedido a la tentación del procedimiento regular y dado intervención al Comisarito ese de la 15, ese Pacheco, Machado, no se acordaba bien del nombre, que lo único que hizo fue interrumpir su exposición y arrojar dudas sobre un panorama que se presentaba, a su criterio, con una claridad meridiana.

    Claro que los detalles debían ser cosa de la Policía, y no de él mismo. Algún trabajo debían tomarse estos paniaguados: él no podía hacerlo todo. Por otra parte, reflexionó, la visita que acababa de recibir y las sensacionales revelaciones de Roberta Pinkey confirmaban su versión del crimen; prácticamente le ponían un gran moño al caso. No le costó demasiado trabajo meterle el santo temor de Dios a la solterona esa: a la primera indirecta referencia al delito de encubrimiento, ya estaba hablando hasta por los codos y dispuesta a testimoniar ante el Juez de Instrucción, o ante quien quisiera tomarle declaración. ¡Encubrir Robertita! Había que desconocerla para sospechar eso.

    En cuanto a él mismo, ¡ya le enseñaría a Machado a andar poniendo reparos! De todos modos, consideraba que con lo que le dijo al Inspector Jefe y sobre todo con lo que había contado al Embajador de Mittelmongolia, que era su comitente, su papel estaba cumplido. ¿Qué cuenta le pasaría al mittelmongólico? Decidió que sus honorarios deberían rondar los 10.000 dólares, teniendo en cuenta los trabajos realizados. ¿Y qué haría Mazzuchelli? Al fin y al cabo, algo lo había ayudado ese mozo.

    La desgrabación de su cinta magnética había revelado, de entre una maraña de circunloquios y de "a nivel de", "en función de", "parámetros", "no pasa por" y "más allá de", así como de otros giros idiomáticos de actualidad, cuál era la transacción que el Escribiente Mayor tenía in mente cuando lo fue a visitar. Pensó que una palabrita suya a Doublecross sería suficiente, como en el caso de Romero, para ascenderlo a Subteniente en diciembre. 

    Pero ahí quedaba la cosa: el asunto, aunque muy importante, no podía compararse con el de la Sturmabteilung Allgemeine Gessellschaft, donde la Compañía recuperó, gracias a su intervención - y la pequeña ayuda de Romero -, cerca de un millón de marcos robados. Allí pudo ser generoso con su informante y deslizarle algunos billetes. Aquí, imposible. Mazzu tendría que conformarse con engordar sus jinetas y esperar mejores tiempos para renovar su modesto Fitito.

    Tomó el teléfono y discó el número de la División Homicidios. Cuando se puso el Director al aparato, el investigador privado le dijo:

    "Mi amigo Doublecross: acabo de recibir una testigo de gran valor, que confirma enteramente mi exposición del otro día. La señorita Roberta Pinkey, Consejera del Servicio Exterior, me confirmó que..." Sphincter continuó hablando animadamente, luego cortó y discó el número de Dorinda. La enteraría de las buenas noticias.


Continuará...

Gastón Lejaune

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