ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR: CAPÍTULO 24, PARTE 2


     Había llegado al edificio donde vivía Violeta sintiéndose como soliviantada, y al mismo tiempo como si sus movimientos fueran hechos por otra persona, a quien ciertas fuerzas la llevaran y trajeran con independencia de su voluntad. La voz femenina, pastosa y algo arrastrada, que salió del parlante del portero eléctrico para preguntarle quién era, le originó un escalofrío inesperado.

    "¡Qué bárbara, qué voz tiene!" - se dijo Robertita, mientras se arrebujaba en su chal y decía en voz alta: "Roberta". Sin más, la chicharra le anunció que le estaban abriendo. Arriba, no tuvo necesidad de tocar el timbre: Violeta la estaba esperando con la puerta entreabierta y con indudable aspecto de haber abandonado la cama hacia pocos minutos.

    "Disculpame por la robe de chambre, pero me quedé un poco dormida. Pasá".

    El deshabillé y todas las reminiscencias cameras que Violeta traía consigo no contribuyeron, precisamente, a extraer a Robertita de ese humor erótico y liviano en que se había sumido. 

    "Qué vida desordenada" pensó "¡mirá que dormirse una siestita a las ocho de la noche!"

    "¿Querés un whisky?"

    "Dame un vino blanco, mejor".

    Ambas mujeres se sentaron y se pusieron a conversar sobre generalidades y cosas del servicio. Violeta, con la desaprensión de estar con otra mujer, no puso empeño en ocultar sus piernas, ni en arreglar demasiado la bata apenas cerrada sobre sus visibles encantos físicos. Robertita no se perdía detalle y comenzaba a percatarse que no le quedaban muchas reservas de voluntad. Temía ceder en cualquier momento a un deseo creciente de establecer contacto con Violeta, de aproximársele, de tocarla, de abrazarla, de besarla.

    "Bueno, ¿qué me decías de tu primo Toto por teléfono?"

    La voz venía como de lejos, y sin relación alguna con el proceso que se iba desarrollando en el interior de Robertita. Se dio cuenta que debía controlarse y pensar con alguna coherencia lo que quería decir sobre Foffeti. Emitió una ligera tos, se arregló los anteojos y dijo con voz no muy firme:

    "Bueno, Toto está muy inquieto por la pelea que tuvieron. Me dijo que quería verte, pero que vos no le atendías el teléfono".

    Violeta la miró en los ojos:

    "¿Sabés por qué nos peleamos?"

    "No" confesó Roberta, mientas le subía hasta la garganta la angustiosa sensación de que el Toto nuevamente la había metido en un lío.

    "Bueno, porque yo estoy segura de que se estuvo acostando con Marta en Nueva York. Se fueron juntos..."

    Roberta se sintió aliviada, porque eso no era tan grave, y sin poder contenerse le tomó la mano.

    "¡Pero no te vas a comparar con Marta...! No hay más que verlas a las dos". Y aprovechando plenamente el pretexto que le daba su dicho, la recorrió bien con la mirada, desde la apertura del profundo escote por la robe entreabierta, - que Violeta cerró distraídamente - hasta las piernas que se le ofrecían sin ocultamiento.

    Estas no eran las primeras copas de Violeta en la tarde, como lo atestiguaba la botella abierta en la mesita donde ponía vasos, copas, algunos botellones y el balde de hielo. Ya antes de recostarse había estado bebiendo y elaborándose un agudo estado emocional. Se había sentido sola, injustamente tratada por Foffeti, fracasada en todos sus emprendimientos, abusada por todo el mundo. Por su recuerdo pasó su frustrada relación con Vegas, pasaron sus ilusiones y sus proyectos, que ahora le parecían infantiles y sin valor, todos destrozados y por el suelo. Nada le había salido bien, los hombres se habían aprovechado invariablemente de ella, y ahora Foffeti en lugar de mostrarse comprensivo y cariñoso, como ella había esperado, se había abierto cobardemente.

    De repente, ahí estaba esta Robertita, que por primera vez le pareció un ser humano con alguna calidez, que se interesaba por sus problemas y le mostraba cariño. Las lágrimas le corrieron abundantes y generosas por las mejillas y se depositaron en sus labios. 

    Robertita, cuando la vio llorar con tanta pena como demostraba, no pudo resistir al impulso de abrazarla y de traerla junto a sí como para darle consuelo. También la besó, ligeramente, en la frente primero y luego en la mejilla y cerca de la oreja. El perfume que usaba Violeta, junto con el de su cuerpo, envolvió completamente a Roberta, se le subió a la cabeza, la mareó. Sintió que le hacía perder el sentido y la cordura, que vencía todos sus temores y escrúpulos. Su mano derecha, pasada encima del hombro de Violeta, reposaba como al descuido sobre sus pechos, y Robertita, como si fuera otra la que actuara, se inclinó para besarla en la boca.

    Fue entonces cuando Violeta se irguió súbitamente, sin sospechar siquiera las intenciones de su compañera, y buscó un pañuelo para componerse algo la cara. Robertita se quedó sin saber bien qué hacer; trató de disimular la turbulencia que la agitaba y a la que la otra seguía completamente ajena y finalmente, luego de esperar a que se diera algunos retoques, Roberta le sirvió más vino. Violeta tomó un trago considerable, como para tranquilizarse, luego otro y terminó su copa.


Continuará...

Gastón Lejaune

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