ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR: CAPÍTULO 23, PARTE 3


     "Bueno, en realidad no fue una declaración formal. Como encargado del caso por el Embajador de Mittelmongolia yo hice algunas discretas averiguaciones y mantuve algunas entrevistas. Así fue como llegué a conversar con el Embajador Foffeti quién, en el curso de esa plática terminó confensándome la situación en que se encontraba, en la esperanza de que pudiera aliviar su posición legal".

    "¿Nos podría decir cuál fue, exactamente, el tenor de esa confesión?" preguntó Menchaca.

    Sphincter miró a su amigo, el Inspector Jefe quién le hizo señas de asentimiento. Fastidiado, continuó:

    "Pues bien... Foffeti me ilustró sobre la relación sentimental que mantenía con la Secretario Navalcarnero. Parece ser que ésta, despechada por el rechazo de Vegas, inmediatamente comenzó a frecuentar a Foffeti, que hace un tiempo le tenía puestos los ojos. Foffeti era enemigo jurado de Vegas: su enemistad era proverbial y conocida en todo el Servicio Exterior" - continuó Sphincter - "con lo que Navalcarnero daba un primer paso en su venganza, consistente en aliarse con el enemigo de su enemigo".

    "Foffeti manifiesta que, debido a sus múltiples quejas y diatribas sobre las maldades que Vegas le había hecho, así como alguna imprudente alusión a su muerte, su amiga entendió que él la estaba instando a que lo matara. Agrega Foffeti que esta impresión se debe haber fortalecido en Violeta - como él la llama - cuando hace pocas semanas Vegas le arrebató, a través de influencias, la Embajada que Foffeti había codiciado desde su entrada al Ministerio: la Misión Permanente de la República ante las Naciones Unidas en Nueva York".

    "Entonces" - interrumpió nuevamente Menchaca - "Foffeti no confesó tampoco nada. Simplemente dijo haber sido mal interpretado, y que Navalcarnero en esa confusión había matado a Vegas".

    "Bueno, eso prácticamente..."

    Menchaca creyó oportuno interponer una explicación: 

    "La confesión es la prueba máxima cuando se refiere a hechos del declarante y le es contraria. Por eso no se necesita más. Pero cuando se refiere a hechos de otra persona y además sólo sirve para trasladarle el peso de la culpa a esa otra persona la cosa cambia mucho. Por de pronto, deja de ser una confesión".

    Menchaca miró a su jefe, y éste bajó los ojos, algo confundido.

    "En realidad", dijo Doublecross, "todavía faltan algunos detalles... importantes para cerrar el caso. Pero no hay duda de que nuestro amigo Sphincter ha dado un notable paso adelante".

    "Sí" - intervino Menchaca - "algunos detalles, como podría ser el interrogatorio a la propia Navalcarnero".

    Sphincter contraatacó, haciendo notar que justamente, un buen interrogatorio - y aquí subrayó significativamente las dos últimas palabras - harían que uno de los dos se derrumbara y terminara por confesar su intervención en el crimen.

    La tosecita incómoda del Director de Homicidios sirvió a Sphincter para advertir que la entrevista estaba terminada.

Continuará...

Gastón Lejaune

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