ASESINATO EN EL SERVICIO EXTERIOR: CAPÍTULO 23, PARTE 2


     Este desarrollo le sonó a Menchaca como conocido: ¿no había sido él mismo quien completara y facilitara el pensamiento de Mazzuchelli en un intento explicatorio semejante?

    Sphincter había ya tomado inspiración y prosiguió:

    "Foffeti toma un avión que le provee un alibi perfecto en cuanto a la autoría material. Además, elige a alguien muy sospechoso, alguien que tiene agravios personales muy grandes, alguien que acaso lo hubiera matado también por su cuenta, si hubiera podido".

    El cuento iba pareciendo a Menchaca decididamente conocido.

    Posando el vaso sobre una mesita junto al sillón, Sphincter continuó:

    "Esa es la primera señal. ¿Pero por qué mis sospechas recayeron sobre Violeta como ejecutora?"

    Nueva pausa, separador labial.

    "El veneno es un recurso netamente femenino. No voy a incurrir ahora en la redundancia de citar la larga lista de envenenadoras que la historia del crimen presenta, particularmente en la jurisprudencia francesa. Es una verdad evidente, y aunque no se pueda excluir el uso del veneno por hombres, la primera sospecha en estos casos debe recaer en una mujer".

    Asentimiento de Menchaca, quien puso su mejor cara de atención.

    "Tenemos, entonces, una primera presunción para guiar nuestros razonamientos: busquemos al ejecutor material en primer término en una mujer".

    Pausa de Sphincter como para dar tiempo a que estas complejidades penetraran en el magín de sus oyentes.

    "Y qué mujeres están cerca del escenario del crimen", se preguntó algo retóricamente el investigador. "Pues hay dos: una es la secretaria del Embajador". Su gesto pareció descartarla completamente. "La otra es la Secretario de Embajada, Violeta Navalcarnero". La larga pausa que ahora produjo Sphincter fue más elocuente que todas las palabras que hubiera podido pronunciar. 

    "He conversado con ambas. Una de ellas, y sólo una, puede tener un motivo. La otra no".

    Nueva pausa, que el investigador aprovechó para interjectar otro de sus separadores labiales.

    "Dorinda Ferrari carece de motivo. Su relación con el causante ha sido todo el tiempo profesional, de secretaria social del Embajador de Mittelmongolia a funcionario del Servicio Exterior local, encargado del protocolo. Por lo demás, es una persona carente de experiencia de la vida y de gran... pureza, por lo que he podido informarme".

    El silencio hostil de Menchaca hubiera prevenido a alguien más avisado que Sphincter de que no existía de su parte el descontado consenso con la afirmación. El investigador siguió impertérrito con su discurso, habiendo tomado con el exordio un impulso muy dinámico.

    "Navalcarnero es un caso algo diferente. Es una personalidad compleja, una mujer de mucha ambición. Su pasado es algo... turbulento. Ha protagonizado episodios sentimentales con varios colegas, entre los que no se puede descartar al propio causante. Actualmente, mantiene con el Embajador Foffeti una liaison que juega, como veremos, un papel capital en el esclarecimiento del caso".

    Sphincter dejó transcurrir algunos segundos, repitió reflexivamente su tic labial, levantó y bajó las cejas, se llevó la mano derecha a la cara y acarició su mejilla izquierda con el índice, mientras hacía reposar el pulgar sobre la mejilla derecha. Se arrellanó en su asiento y prosiguió:

    "Estamos ante un drama de ambición y de pasiones. Navalcarnero es ya ducha en poner su propio temperamento, cálido y sensual, al servicio de sus intereses.

    "Quiere progresar en la carrera y llegar a sus más altos escalones, pero quiere hacerlo ahora, cuando todavía tiene juventud para gozar de la vida y del poder, no para cuando se haya marchitado ese cuerpo al que tanto debe para su progreso..."

    "Y si bien la Ley del Servicio Exterior, con sus períodos de permanencia en las sucesivas categorías, opone un valladar insuperable entre ella y aquellos escalones altos, por lo menos hasta sus cincuenta años cumplidos, hay otra vía: llegar del brazo de algún funcionario que ya haya recorrido los bajos del escalafón".

    Pausa. Sphincter parece perdido en sus pensamientos, pero cuando ya parecía que no podía recuperar el hilo, prosiguió: 

    "Así trata primero de atraer la atención de Vegas. El candidato no está mal, tiene influencias, va a ir a Naciones Unidas como Embajador. En Nueva York podrá ella presidir su mesa y flirtear con Cancilleres y otros Embajadores".

    Nueva pausa, vaso de agua, separador labial.

    "Pero Vegas no cae en la trampa. Tras sacar todas las ventajas de la belleza de Navalcarnero, le hace comprender que jamás cambiará de estado civil. Y toma a broma la reacción temible de su amante. Firmaba con ese gesto su propia sentencia de muerte..."

    Menchaca provocó un cierto anticlimax al preguntar:
    "¿Esa fue la confesión de Navalcarnero?"

    Un poco molesto por la interrupción y sobre todo porque planeaba atar todos los cabos sueltos al final, de forma de no perder el efecto de su demostración, Sphincter se vio obligado a admitir:

    "Bueno, en realidad no hubo una confesión de Navalcarnero".

    "¿Y quién confesó, entonces?"

    "Foffeti confesó que..."

    "Entonces, ¿lo mató Foffeti? Creí que usted sugería que lo había matado Navalcarnero".

    "Así fue, en efecto. Pero Foffeti confesó que había sido Navalcarnero quien había ejecutado el crimen".

    Menchaca hizo como que no entendía.

    "Perdóneme, Sphincter" dijo salteándose deliberadamente el "doctor" de ritual. "Eso no es una confesión. Eso es en el mejor de los casos un testimonio, si es que Foffeti vio cómo se cometía el homicidio. Confesión sería si Foffeti hubiera declarado que lo mató él mismo".

    El investigador privado trató de recuperar el perdido hechizo de su narración con un golpe de elocuencia:

    "En realidad, Foffeti ha confesado su carácter de... causante del crimen, de instigador... que él se empeña en calificar de ´involuntario´. Navalcarnero fue apenas su brazo ejecutor. Ahora faltan simplemente algunos pequeños detalles procesales, que naturalmente corresponden a ustedes, para ajustar todas las cuestiones de la prueba".

    "¡Ah! Eso es diferente. Si el Embajador confesó que fue el autor intelectual, por lo menos ya hay alguien que admitió haber hecho algo. ¿Y quién tomó declaración a Foffeti? ¿Usted mismo?"

Continuará...

Gastón Lejaune

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