EL MOZART DEL BALONCESTO


 

         Durante la década del 80, los países de la Europa comunista, dominaban el básquet continental. La Unión Soviética y Yugoslavia eran los mejores exponentes. Este último país, venía construyendo uno de los mejores equipos jamás vistos hasta ese entonces. Contó con una gran camada compuesta por Vlade Divac, Toni Kukoc, Dino Radja, Dejan Bodiroga, pero especialmente Drazen Petrovic. Desde las categorías juveniles, se venía hablando de un fenómeno escolta, nacido en Sibenik – hoy en día ubicada en Croacia – que había hecho más de 100 puntos en varios partidos. Esa selección de Yugoslavia crecía año a año, hasta obtener el oro en el campeonato europeo de 1989, y el Mundial de 1990. Luego de una sangrienta y cruel guerra civil desatada en Yugoslavia, tanto Croacia, como Bosnia Herzegovina, Macedonia y Eslovenia declararon su independencia. Como capitán del equipo de esta nueva nación, Petrovic consiguió la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, cayendo en la final ante las estrellas de la N.B.A comandadas por Michael Jordan.




         Con 15 años, ya jugaba en el primer equipo de su ciudad, Sibenka Sibenik, y a los 20, pasó a uno de los clubes más populares de Yugoslavia, Cibona Zagreb, donde ganó dos Copas de Europa, una liga local, tres copas de Yugoslavia y una Recopa europea. Una de sus víctimas habituales en las definiciones continentales, era el poderoso Real Madrid. Cansados de sufrirlo, los españoles lo contrataron. Jugando para el club “Merengue”, obtuvo una Copa del Rey y una Recopa europea. Sólo estuvo una temporada, ya que fue elegido en el Draft de la N.B.A, por Portland Trail Blazers, franquicia que pagó la rescisión del contrato de Petrovic y se lo llevó. Sin embargo, no todo fue un camino de rosas para el yugoslavo. Tenía pocos minutos en Oregon, por más que se esforzara y tenía delante de él a Clyde Drexler, Jerome Kersey y Terry Porter. Si bien en el plantel sabían de las capacidades del escolta europeo, y le pedían paciencia porque su turno llegaría, se desmotivó.





         Hasta que a comienzos de 1991, en un trueque triangulado, Petrovic aterrizó en Nueva Jersey para unirse a los Nets. Allí renació y pudo mostrar lo mejor de sí. Luego de obtener la medalla plateada en Barcelona, tuvo la mejor temporada de su carrera en la N.B.A. Su promedio de puntos subió, y el rendimiento del equipo mejoró tanto que logró clasificar a los playoffs. Allí cayeron en la primera vuelta ante Cleveland Cavaliers. El contrato finalizaba, pero la franquicia tenía pensado renovarle con una mejora notable en su salario, cifra solo superada por lo que percibía Michael Jordan en Chicago Bulls. Petrovic viajó a Polonia para estar junto al seleccionado croata en el clasificatorio para el torneo europeo. Una vez finalizada la participación allí, volvió con el equipo a su país. En una de las escalas realizadas en Alemania, decidió bajarse del avión y continuar el viaje hasta Zagreb en auto, acompañado de su novia y una amiga de ella. Llegando a Redendorf, a 100 km de Munich, el auto chocó de frente con un camión provocando su inmediata muerte. Las dos muchachas – iba manejando la novia, mientras él estaba dormido en el asiento de acompañante – sufrieron heridas, pero sobrevivieron.



         A los 28 años, Drazen Petrovic dejaba el mundo de un modo absurdo. Estaba en la cresta de la ola y se esperaba aún mucho más de él. Dueño de un carácter muy especial, vivía por y para el básquet, relacionándose poco y nada con sus eventuales compañeros. El escolta, conocido por todos como “el Mozart del baloncesto”, tuvo, al igual que el genial músico austríaco una muerte a muy temprana edad. Considerado por otros jugadores y especialistas en el deporte como el mejor jugador europeo de la historia, habiendo ganado infinidad de títulos y abierto las puertas de la N.B.A a los jugadores europeos, Petrovic aún no había alcanzado su techo.

El Puma

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