EL GOLEADOR SILENCIOSO

Si hay algo que tuvo el fútbol argentino a lo largo de su historia, fueron goleadores. Desde Francisco Varallo, hasta Gabriel Batistuta, pasando por Bernabé Ferreyra, Vicente De La Mata, Ángel Clemente Rojas, Oscar Más, y tantos otros. Todos estos y muchos más, hicieron ruido. También hubo quienes eran implacables, pero silenciosos. En este rubro, se puede ubicar a Abel Eduardo Balbo. Nacido el 1 de junio de 1966, en Empalme Villa Constitución, en la provincia de Santa Fe, realizó las divisiones inferiores en Newell´s Old Boys, de Rosario, donde tuvo como entrenador a Marcelo Bielsa en varias categorías. Debutó en primera división, durante la temporada 1987-88, de la mano de José Yudica, frente a Deportivo Español. Durante ese año, se fue ganando el puesto y Newell´s se consagró campeón. En la siguiente temporada, fue transferido a River Plate, en ese entonces dirigido por César Luis Menotti. Tuvo una primera mitad de campeonato muy buena, donde convirtió 11 goles en 19 partidos. Sin embargo, en el tramo final, pasó a tener un nivel más irregular y sólo consiguió marcar un tanto. Eso no impidió que desde Italia lo vinieran a buscar. Su destino fue el Udinese, donde jugó 4 años. Durante ese tiempo, vino la primera convocatoria a la selección nacional. Carlos Salvador Bilardo lo llevó al Mundial de Italia y lo hizo jugar de titular en el debut de Argentina frente a Camerún. Tuvo una mala actuación en ese encuentro, primero porque ocupaba una función más defensiva que ofensiva y segundo porque falló a la hora de definir (ni que hubiera cometido un crimen). No volvió a jugar en el resto del torneo, en el cual Argentina fue finalista. Luego de convertir 69 goles en cuatro temporadas en Udinese, Balbo comenzó a ser observado por equipos más importantes de Italia. Cuando todo hacía pensar que se mudaría a Milán para jugar en Inter, decidió aceptar la oferta de Roma. Ese año fue convocado a la selección para disputar un repechaje clasificatorio ante Australia, logrando el objetivo con un gol suyo en el encuentro de ida. Disputó el siguiente Mundial, en Estados Unidos donde, nuevamente, no jugó en su posición. Alfio Basile decidió que jugara como cuarto volante. En Roma, terminó siendo capitán y emblema, hasta que se peleó con su entrenador, el checo Zdenek Zeman y tuvo que emigrar. En ese interín, Daniel Passarella lo llevó al Mundial de Francia, donde formó parte del plantel, pero tan sólo jugó unos pocos minutos. Al regresar a Italia, fue transferido a Parma, dónde estuvo un año, para luego ir a Fiorentina por otra temporada, y luego regresar a Roma. Allí obtuvo su único “scudetto” junto a Gabriel Batistuta. Sobre el final de su carrera, sentía que debía completar lo que le faltaba: jugar en Boca Juniors. A los 34 años lo pudo cumplir, pero tan sólo disputó 4 partidos de Copa Libertadores, sin marcar goles. Un acontecimiento personal lo llevó a retirarse sin poder jugar más tiempo en el “xeneize”. Durante su carrera, predominó el bajo perfil, el respeto y el silencio. Sus 204 goles hablan más de lo que él lo hacía. Un delantero temible, con una carrera impresionante. Le faltó un poco más de suerte con la camiseta argentina. Hoy en día, vive en Roma, dónde es muy reconocido y sigue ligado al fútbol mediante charlas en academias. Tuvo un paso fugaz como director técnico en divisiones menores, en Italia. Espera la posibilidad de volver a dirigir, para poder transmitir su conocimiento y experiencia. 

El Puma

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